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Meryem El Mehdati

Una turba de bisontes

Una turba de bisontes

Una turba de bisontes

¡Feliz Día Internacional del Libro! Andan con los nervios descompuestos algunos señores en el mundo de la literatura porque cerraron los ojos un segundo y al abrirlos se vieron rodeados por una abundancia de mujeres. No comen, no duermen, les tortura la idea de haber perdido las llaves de La Excelente Cultura. Fueron nombrados protectores de lo literario en algún momento de sus vidas -solo ellos asistieron a esa entrega de premios- pero nadie lo recuerda. Ya no se les pide permiso para escribir ni se les consulta desde las editoriales para ver qué se puede publicar y qué no, así que campan por los suplementos culturales cargando contra las mujeres que no cumplen con los requisitos para ellos necesarios que las harían dignas de sentarse en una silla y ponerse a escribir. Se lamentaba hace unos días un escritor canario porque «las mujeres han entrado en tropel en la literatura como si fueran una turba de bisontes corriendo por las praderas el oeste: a toda velocidad y sin rumbo serio ninguno» y seguía quejándose justo después «mujeres, como los hombres, que sin bagaje alguno quieren ser escritoras, poetas y novelistas, sin que se les note en ningún momento un ápice de bagaje literario, una cierta finura sintáctica, algo que decir de nuevos en poesía o en la novela, en la narración». Tras siglos en los que se impidió a las mujeres el acceso a las herramientas básicas para la escritura, en los que se creó un sistema social que devaluó sus palabras y en los que incluso se les negó la autoría de sus obras… resulta que de repente… hay demasiadas mujeres escribiendo o, peor, publicando sus escritos. Llamemos al 112.

¿Qué es la literatura? Siempre la concebí como una suerte de acompañamiento silencioso, una mano tendida. El consuelo instantáneo al descubrir que algo que nos había torturado durante mucho tiempo también le había sucedido a Virginia Woolf, por ejemplo. O a Charlotte Brontë. Qué entusiasmo sentí la primera vez que leí Frankenstein de Mary Shelley. Ilusa de mí, creía que por esto lo literario era tan importante, por su poder transformador y por su capacidad de aliviar determinadas inquietudes que una va sintiendo a medida que crece. Supongo que no es así para todo el mundo y que existen personas a las que les preocupa demasiado que unas hipotéticas mujeres hipotéticamente mediocres a pesar de su hipotética mediocridad consigan publicar uno o varios libros. Don Quijote también se inventaba a sus enemigos, esto no es nada nuevo. Sin embargo, en vez de ser honestos y admitir que esta preocupación solo les atormenta cuando el sujeto es una mujer, camuflan sus opiniones con peroratas cansinas sobre el bagaje literario, la finura y calidad de la sintaxis empleada, la corrección política o el sonido de la lluvia al caer sobre el asfalto. Pongamos que ahora se publica a las mujeres por el mero hecho de serlo, ¿existe algún tipo de decreto-ley que nos obligue a leer sus libros? Si alguna vez han puesto un pie en una librería sabrán que ningún empleado se dedicará a perseguirles por todo el local con una pistola en la cabeza para obligarles a adquirir nada. Exigir una excelencia casi imposible de alcanzar a unas mientras se hace la vista gorda con otros tiene un nombre. Y, de todas formas, ¿qué problema habría ante esta mediocridad que tanto parece preocupar a algunos? No sé desde cuándo se ha de ser excelente en algo para poder dedicarse a ello. Miren a Alberto Núñez Feijóo, por ejemplo.

Durante años consideré que una había de escribir lo que quisiera escribir sin entrar en cuestiones como la relevancia de lo escrito o el tener o no algo nuevo que decir. Lo sigo pensando. Me parece que es mil veces más triste descubrirse un día sacrificando un pensamiento o un estilo solo para complacer a unos jueces imaginarios o a personas a las que siquiera conocemos que escribir un pésimo poema o un mal texto. Se lamentaba el escritor canario de que ahora ya no se pueden decir estas cosas -que las mujeres escribimos mal- porque va contra la corriente de estos tiempos, la política de género. Cada vez que leo este tipo de afirmaciones no puedo evitar pensar que lo que les molesta de verdad no es que no puedan criticarnos, pues lo hacen todos los días a todas horas en todas partes. Lo que de verdad les molesta y no pueden soportar es que ahora replicamos sin achantarnos.