Opinión | El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

Lo sabíamos y lo denunciamos; lo saben y siguen callados

Jordi Pujol.

Jordi Pujol. / Laura Guerrero

Transcurridos 90 años de la llegada al poder del nazismo en Alemania y la imagen de un canciller vestido de frac y chistera saludando reverencialmente a Hindenburg con una mano mientras que con la otra dictaba las órdenes que darían pie a la guerra más letal conocida por la Humanidad, y al Holocausto de millones de judíos y minorías indeseables, seguimos preguntándonos cómo fue posible que una nación y un pueblo culto, desarrollado, de una tradición filosófica, artística, jurídica, literaria, musical y cinematográfica de primer orden, cayera en las garras de Hitler, un cabo cuartelero, un vago ambulante cuyo único bagaje fueron sus fracasos como pintor y como persona. La casa de Goethe, Schiller, Hölderlin, Kant, Hegel, Husserl, Bach, Beethoven, Schubert, el expresionismo alemán, la Bauhaus o cineastas como Murnau y Fritz Lang, entregaba su inmenso legado a la barbarie del nazismo. Pero ocurrió. Como en la Unión Soviética de Lenin y Stalin, de sus millones de asesinatos, de sus gulags, de la persecución del arte y la cultura crítica con el comunismo y sus dictadores.

Algunas voces valientes, arriesgando sus profesiones y aún su vida, denunciaron lo que iba a suceder. Fueron las menos; la mayoría no solo calló, sino que se adhirió con fervor a la causa nazi acomodándose a ella por cobardía, por convicción o en busca de favores. Cuando el nazismo fue derrotado nadie en Alemania había sido nazi, todos miraban extrañados como si se tratara de un sueño, incluso cuando se les obligó a visitar los campos de concentración donde miles de esqueletos vivientes deambulaban como zombis. Pero estaban advertidos y no quisieron saberlo, escuchaban los lamentos de los detenidos y no quisieron oírlos, veían los camiones de prisioneros hacia la muerte y miraron para otro lado, olieron el humo de los crematorios y se taparon la nariz. Esa ignominiosa miseria de una minoría ilustrada y de la mayoría del pueblo alemán sigue siendo motivo de estudio por sociólogos y pensadores. Si fue posible en Alemania, sigue siendo posible en cualquier otro país.

Valga este denso exordio para centrar la vergüenza individual y colectiva, institucional y política, intelectual y académica, cultural y periodística, en los xenófobos y supremacistas postulados que desde hace años muestra el mundo separatista en España. No es algo de ahora, la historia pasada nos advirtió -nos sigue advirtiendo- sin ambages de lo que iba a ocurrir y está ocurriendo. De ahí que idolatrar a un xenófobo racista y supremacista como Sabino Arana, fundador del PNV, con importante avenida en Bilbao, sea no solo un síntoma, sino el paradigma de hasta dónde puede llegar este nacionalismo si le dan la oportunidad. Arana decía del español que era «afeminado, vasallo y siervo; adúltero, sucio, violento y de raza contaminada»; «el vizcaíno no vale para servir, ha nacido para ser señor; el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo». O Heribert Barrera, que fue presidente de ERC, homenajeado por Junts: «los negros de América tienen un coeficiente inferior a los blancos»; «se debería esterilizar a los débiles mentales de origen genético»; «prefiero una Cataluña como la de la República, sin inmigración»; «podemos haber superado la inmigración andaluza, pero no sé si podremos con la sudamericana y magrebí».

La herencia no se hizo esperar, y alumnos como Jordi Pujol decían: «si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, [el andaluz] destruiría Cataluña»; «el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho», «un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». O Duran i Lleida: «en otros sitios de España, con lo que damos nosotros de aportación conjunta al Estado, reciben un PER para pasar una mañana o toda la jornada en el bar del pueblo». ¿Estábamos advertidos del nacionalismo xenófobo? ¿Se veía venir? Sí, y se sigue viendo. La semana pasada un programa de la TV3 pública catalana pagada con el dinero de todos, se mofaba groseramente de los andaluces por su acento, y de la religión católica en la figura de la Virgen del Rocío, bajo el espeso silencio de las autoridades catalanas que controlan dicho medio de propaganda de un nacionalismo excluyente, supremacista, xenófobo y racista. Algo que no permitirían decir de los musulmanes por miedo, lo consienten con los católicos, con España, sabedores de que no tendrá consecuencias.

Debemos recordar que estos miserables permiten a don Pedro gobernar España a costa de que trague con tanta humillación, no solo con Andalucía, contra España, a la que odian. Hasta la política andaluza de extrema izquierda Teresa Rodríguez habla de «andaluzofobia». Mientras, PSOE y PSC salen de penitentes en la procesión del silencio: saben, pero callan; oyen, pero callan; ven, pero callan; conocen del dolor, pero callan. ¿Qué opinan de esto los socialistas andaluces, murcianos, extremeños o manchegos? ¿Siguen admirando a don Pedro y sus pactos con quienes les insultan y desprecian? ¿Votarán para unirse a quienes les tratan como seres inferiores, vagos, analfabetos, borrachines, menestrales y parásitos sociales que viven de los catalanes de verdad, del ser superior independentista? Muchos lo sabíamos y lo denunciamos; muchos otros lo saben y siguen callados. Mientras escucho la Sinfonía española de Edouard Lalo, con el violín de David Oistrakh y la dirección de Jean Martinon, recuerdo a María Dueñas, una violinista excelsa, ganadora de grandes premios internacionales. Las cuerdas de su violín suenan, poéticas, con acento andaluz. María es de Granada, andaluza, como esos «ignorantes, míseros culturales» de Lorca, Alberti, Machado, Juan Ramón Jiménez, Rosales, Aleixandre o Cernuda. A más ver.

(Spoiler de calidad democrática) Se quejaban los medios de comunicación progres del trato que Trump daba a los periodistas críticos. Puro neofascismo. En el viaje de don Pedro a China, acontecimiento planetario –según esos medios progres– que concluyó con el fabuloso acuerdo de exportar almendras y caquis (Macron logró un contrato millonario para el Airbus), Moncloa vetó la presencia del diario ABC entre los periodistas que le acompañaron. Los medios progres supieron y callaron. Pura democracia.

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