Opinión | Tal cual

Reflexiones de visillo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras participar en el homenaje a Rodolfo Ares este sábado en Bilbao.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras participar en el homenaje a Rodolfo Ares este sábado en Bilbao. / LUIS TEJIDO / EFE

De siempre han existido personas que, sin salir de casa, se enteran de todo cuanto sucede en su calle o incluso en el barrio. Las ventajas de vivir a pie del camino. Parapetadas detrás del visillo, observan, escudriñan, olfatean la vida de los demás. Incluso pueden llegar a elaborar sus propios sondeos y estadísticas –seguramente mejor y más fiables que las del CIS de Tezanos–, y hacerse una idea de cómo está el pulso de su comunidad.

Ahora que se acercan las elecciones, la información obtenida a través del visillo, transformada en quejas, discusiones y lamentos, son inagotables. La gente sencilla está cabreada. No sólo es que no llegue a final de mes, que también, sino que ve el futuro negro, convertido en un presente continuo. La vida se ha puesto inaccesible para una renta cada vez más mermada. Las «colas del hambre» se están convirtiendo, por desgracia, en algo cotidiano. Los gastos fijos se han trasformado en un lastre. Los impuestos abruman. La cesta de la compra inasumible. La educación de los hijos –ropa, uniforme, libros, matrícula, clases extraescolares…– asusta.

Todo ello, claro está, en una situación normal donde ambos progenitores trabajan y hasta los abuelos contribuyen en lo que pueden. Si a esto le añadimos la variable de que haya problemas económicos, de pareja, enfermedades, etc., entonces, es mejor cortarse las venas (no entenderlo en su literalidad). Pero sí que los políticos deberían revisar sus conductas y, sobre todo, sus promesas electorales.

Es normal que la gente se sienta olvidada, ignorada, traicionada, engañada y decepcionada con una clase política que, más que servir al ciudadano, lo que hace es servirse de ellos para obtener sus propios beneficios: ascenso laboral, preeminencia social, y, por supuesto, dinero y poder. El problema no es nuevo. Desde siempre el político ha hecho promesas que la mayoría de las veces no cumple. En vez de ser honestos y realistas, prefieren dar al votante lo que estos quieren oír.

Es evidente que el resultado de tanta desilusión es la perdida de fe en el sistema político. Incluso, muchas veces, en la propia democracia. Debido a ello es el resurgimiento de los partidos extremos, tanto de izquierdas como de derechas. De ahí los políticos populistas que ofrecen soluciones rápidas y simples a problemas complejos.

¿Qué se puede hacer para frenar esta tendencia creciente y preocupante? Lo ideal sería, si los hubiera o hubiese, votar a políticos comprometidos, objetivos, responsables y transparentes. El ciudadano no necesita promesas vacías. Si ve que la cosa no funciona no se le puede engañar con esperanzas sin cambios. Tampoco es cuestión de cambiarlo todo para llegar al mismo lugar de partida. El elector debe creer en ese cambio que necesita y anhela.

Los derechos son del ciudadano, no del político de turno, que se lo pueda dar o quitar a pura conveniencia. Los políticos han de ganarse el respeto y la confianza de sus electores día a día. Por ello sería conveniente las lista abiertas, y que cada elegido responda de sus actos ante su elector. Pero, de igual forma, también sería conveniente que los ciudadanos fueran más críticos y exigentes. Sólo entonces, podremos contar con políticos que cumplan con sus promesas electorales y comunidades más prósperas y saludables democráticamente hablando.

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