Opinión

José María de Loma

Dónde va el alfiler que no cabe

Barra de bar en Barcelona.

Barra de bar en Barcelona. / Joan Puig

El otro día me encontré con el alfiler por la calle. Hombre, al fin cabes en algún sitio, le dije. Sí, sí, al fin, me respondió alegre y tan delgado como siempre. No cabía un alfiler en las terrazas ni en los bares, en los hoteles, autovías y playas, nos han dicho los informativos esta Semana Santa. Los informativos y los ojos.

Dónde te has metido entonces, le digo al alfiler. Pues tranquilo en un pueblo del interior, que no obstante también ha duplicado población, responde. La gran pregunta que me hago, y que le ahorro al alfiler, es qué se ha quedado vacío para que todo esté lleno. Se habrán quedado vacías las casas. Y supongo que los lugares sin playa ni procesiones. O sea, Kansas. La vida sigue y el alfiler vuelve a caber en algunos sitios, aunque da la impresión desde hace tiempo que en todos los lugares hay mucha gente. Alfileres, no. El alfiler nunca puede ir en familia a ningún sitio. No caben. Si acaso cabe uno, aunque lo normal es decir que no cabe ni uno. El alfiler piensa en exiliarse, hay países donde sí cabe.

El alfiler se despide de mí un tanto ceremonioso y lo veo caminar evitando la entrada a la calle principal de la ciudad, que está atestada a esta hora de la tarde y en la que pese a que hay coches, bicis, patinetes, motoristas, peatones, terrazas y bordillos no se ve a ningún alfiler. Dónde va el alfiler que no cabe. Los alfileres siempre están a dieta. El alfiler es el primo travieso del imperdible. Los alfileres intrépidos se cuelan en las fiestas donde no caben clavados en un vestido o chaqueta. Ahí sí caben, pero pese a ser una fiesta han de seguir trabajando, ya que en el vestido o chaqueta sujetan mangas o escotes que sin ellos quedarían despegados, rotos, desunidos. No es que nadie encuentre un alfiler; es que nadie lo busca.

Las ciudades respiran y alcanzan algo de calma tras la Semana Santa, pero el alfiler ya está resignado y sabe que pronto no cabrá en la feria o en la playa o en el veraneo o en las fiestas patronales. Ni en la fiesta del queso o la tortilla, la cabra o la zanahoria. Hay entierros en los que no cabe un alfiler y así el alfiler no puede despedirse de su dueño. No eres muy querido si a tu entierro va el alfiler. Nunca es el alfiler el que pone el letrero de que no cabe otro. «Lo tienes cogido con alfileres», nos decía el profesor cuando nuestro titubeo nos delataba. Entonces sí nos cabían alfileres: prendían nuestra inocencia y pinchaban la curiosidad de nuestro porvenir. Ahora todo es distinto. El alfiler de solapa se toma las cosas a pecho. En algunos países de Sudamérica se dice broche, lo cual es un buen alfiler para este artículo.

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