Opinión

José María de Loma

El despertador

El despertador

El despertador

El despertador es el miembro gritón de la familia de los relojes. El despertador no da la hora, la ordena, la impone, la canta. Nuestro sueño es que el despertador no tenga que sonar, pero nuestra pesadilla es que no suene. Los insomnes sueñan con un invento que se llamara el dormidor, mientras llega, aguardan en vela sin que nadie los despierte de su anhelo. Cuántos sueños se habrá interrumpido hoy en lo mejor por culpa del despertador. A los despertadores clásicos les dábamos manotazos, pero ahora que van incorporados al teléfono somos más cuidadosos. No es lo mismo tirar de la mesilla al suelo un armatoste con manecillas que un iPhone.

Elegir la melodía con la que te despiertas dice mucho de tu carácter. Ya saben que a Woody Allen cada vez que escuchaba a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia. A mí me entran ganas de invadir al vecino cuando oigo que pone a Shakira a las seis de la mañana. Lo ideal es despertarse con un beso, aunque corras el riesgo de dejar de ser una rana y convertirte en un príncipe azul, que debe ser la cosa más aburrida del mundo. Hay quien se despierta con la radio. Yo dejé de hacerlo cuando un tertuliano se me metió en el tímpano y quiso quedarse allí a vivir. Lo llevé un día entero, a él y a sus argumentos; menos mal que, anocheciendo, en un descuido moví la cabeza bruscamente de un lado a otro y cayó al suelo. Quise ayudarlo a levantarse pero me dijo que estaba ocupado criticando al Gobierno, que ya se metería en otra oreja y que lo dejara en paz, que tenía que levantarse muy temprano.

El despertador que suena en día de fiesta está en realidad gritando nuestra desventura, describiendo nuestro triste e inmediato destino. Él mismo se muestra triste por ser un esquirol, por saber que todos los demás despertadores callan ese día. El colmo del colmo es un despertador con insomnio. El despertador tartamudo no acierta a dar la hora en punto. El despertador del anciano inaugura la jornada de soledad y el despertador de la familia numerosa es el prólogo del zafarrancho, la algarabía, el ruido de tazas, duchas y cisternas. El despertador con mucho carácter no se deja cambiar la melodía.

Despertar a un gallo es el destino más sacrificado de un despertador. El peor despertador es la conciencia. No le van a la zaga las deudas hipotecarias. Se empieza por levantarse siempre a la misma hora y se acaba no dando los buenos días. El pensador rumano Mircea Eliade aconsejaba adelantar cada mañana dos minutos el reloj para así en una semana ganar un cuarto de hora. El problema es para qué queremos ese cuarto de hora. Él para leer, decía. Nosotros, más torpes y tan temprano, lo emplearíamos en mirar las redes. Que pueden despertarnos la conciencia. O la caridad o la indignación. A Eliade le cundió mucho la vida («toda personalidad es odiosa cuando carece de poder») y nosotros aspiramos a que al menos nos cunda la noche.

Suscríbete para seguir leyendo