Opinión
Lo insultó por ser negro

Lo insultó por ser negro
Angie Thomas contó como pocas los entresijos y recovecos del racismo desde la óptica magistral de uno de sus personajes, la joven Starr. El odio que das es un referente literario necesario que nos sirve de ejemplo recurrente para escenificar lo que también pasa en nuestra sociedad avanzada y de progreso. Sin embargo, no tenemos que viajar hasta las plantaciones de algodón en Carolina del Norte para entender este fenómeno global. Conviven aquí, cerca de nosotros, dando lecciones de populismo en las colas de los supermercados, en las plazas, en los barrios, en los medios de comunicación y en las cervezas con los colegas. El racismo es un ecosistema que puede con casi todo, excepto con la barrera de la educación. A diario nos encontramos con situaciones inverosímiles que nos hacen recapacitar sobre la falta de empatía y respeto que tienen algunos desalmados. El racismo aflora sin tapujos, sin vetos de ningún tipo que puedan generar en el odiador algún atisbo de vergüenza. Ya están en el Congreso, olvidando los foros marginales de antaño para hacer un pasillo a la normalización de la dialéctica ultra. Aquella vez lo insultó porque era negro, no me cabe ninguna duda. Le molestó el hecho de tener un color de piel diferente y estar trabajando decentemente. Hace pocos días, cerca de mi casa, unos operarios trabajaban en la remodelación de unos apartamentos de lujo. Uno de los obreros, probablemente de origen senegalés, cortaba el tráfico de forma momentánea para que la grúa pudiera maniobrar. De forma educada conminó al conductor de uno de los vehículos a que parara unos segundos hasta que la maquinaria pesada entrara al recinto. El señor, de unos 70 años, acompañado de otro de aproximadamente 45, empezó a increpar al trabajador con insultos e improperios que hacían alusión a su raza y color de piel. Lo llamaron hijo de…, sinvergüenza, terrorista, y una larga lista de indecorosos adjetivos que obedecían a su condición de extranjero, de africano, que es peor. Sorprendido, su reacción fue de pena y tristeza, de no entender qué pecado había cometido en el Gobierno de los blancos. Una imagen terrible que se repite. Era puro odio en sus miradas; era desprecio y rabia, como un tigre acechando a su presa; era un ejemplo cotidiano de nuestra sociedad aparentemente cruel. Si dura más, le acaban agrediendo. Esta gentuza hace tiempo que salió del armario para mostrar su orgullo ultra, vociferando en la esfera pública sus discursos xenófobos y racistas. Los racistas no nacen así, se hacen. Y por esta razón, es obligatorio más educación real desde las escuelas para convertirlas en ateneos de solidaridad, justicia y tolerancia. Solo por un momento, aunque sea un instante, deberíamos hacer un ejercicio básico de empatía que no presenta efectos secundarios adversos. Imaginemos que con 15 años llegamos a Tanji, en la costa de Gambia, después de tres días de arriesgada travesía en una lancha neumática al borde de la hipotermia. Lo dejaste todo en Tenerife, a tu familia y amigos, para tener un futuro esperanzador en África. Al llegar no conoces el idioma, tienes hambre y un grupo de gendarmes y personal de la Cruz Roja te atiende ante la mirada inquisitiva de los pudientes bañistas que están disfrutando de un apacible día festivo. Notas el salto cultural y no sabes lo que deparará el futuro en país donde no conoces a nadie, ni su idioma. Te trasladan a un centro de inmigrantes a la espera de ver qué ocurre con tu situación. Tu familia sigue sin saber qué te ha pasado, porque las mafias te han dejado solo en un país con leyes y normas restrictivas con el migrante. Recorres sin dinero las calles soportando insultos, aguantando que te criminalicen siendo un niño; pides en los supermercados y elaboras artesanía con plásticos para poder vender y sacar algunos euros en un país próspero. Estás solo y con la incertidumbre de qué pasará mañana. A ellos les duele lo mismo que a ti. ¿Los entiendes ya? Si no logras comprenderlo, efectivamente eres un racista. Eduquemos, que es lo que nos queda.
@luisfeblesc
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