Opinión | Retiro lo escrito
Un parlamento a la altura
Ayer, pocas horas antes de la disolución del Parlamento de la X legislatura, Gustavo Matos invitó a almorzar a un grupo de periodistas. Con luces y sombras y un pizco excesivo de personalismo, Matos tal vez ha sido el mejor presidente que ha tenido la Cámara. Yo todavía recuerdo situaciones tan chuscas como las de José Miguel Bravo de Laguna, que fue simultáneamente presidente del Gobierno y presidente del PP. Para orillar esta grotesca bicefalia el señor Bravo de Laguna concedía declaraciones como presidente de la Cámara en un despacho, terminaba su palique, caminaba con pasitos cortos una decena de metros y concedía declaraciones como líder del Partido Popular en el patio de la fachada del Parlamento. También es digna de sentida remembranza la personalidad de Antonio Castro Cordobez, que actuaba como si la presidencia fuera el ducado de Coburgo-Gotha, y fue el primero en fastidiar a los periodistas y fotógrafos con prohibiciones disparatadas y limitaciones pueriles. Gabriel Mato presidía como si se tratara de un partido de tenis y Carolina Darias, vocacionalmente antipática y ahora una tolvanera de simpatía, gestionaba el cargo como el ama de llaves de Rebeca controlaba Manderley.
La tradición parlamentaria canaria es muy exigua. El único espacio en el que se ha institucionalizado el debate político general –el Parlamento que comenzó a funcionar hace cuarenta años– no tenía antecedentes. En los cabildos, por ejemplo, se debatía muy poco por lo que podemos saber leyendo las actas anteriores a 1936. Documentos que, en efecto, son actas, no versiones taquigráficas de las intervenciones de los consejeros. Por supuesto que de vez en cuando se producían discusiones, a veces acaloradas, pero no convendría confundirlas con debates políticos. Cuando se insiste en una nostalgia disparatada por un pasado de líderes visionarios y grandes oradores solo nos engañamos a nosotros mismos. Todos nos reímos con las nostalgias de un adolescente pero el parlamentarismo canario no es otra cosa, históricamente, que un adolescente un tanto sobrecargado y petulante. En su momento –en los años ochenta y noventa– Lorenzo Olarte era considerado un excelente o al menos un eficaz orador político. Uno lo escucha –en las escasas grabaciones que han sobrevivido– o lee sus intervenciones y le entra la risa. Como ocurre con la gran mayoría de los oradores parlamentarios españoles y canarios del pasado inmediato.
El Parlamento de Canarias estuvo a la altura de las espeluznantes circunstancias del covid –en la pandemia y la pospandemia– y es obligado reconocer el esfuerzo y el compromiso para seguir adelante con la producción legislativa y la fiscalización del Gobierno por parte de la Mesa de la Cámara, de los servicios jurídicos y de todo el personal técnico y administrativo de la asamblea. Ha sido una legislatura puñeteramente compleja y difícil y, sin embargo, se ha superado con un inusual espíritu de concordia y colaboración. Uno de los afectos más curiosos de este logro ha sido registrar cómo el Gobierno autónomo y la mayoría que lo sostiene se han empecinado en alancear a la oposición quizás más constructiva y colaboradora de estos cuarenta años, pero es que los más beneficiados de esa actitud de Coalición Canaria y el PP –los que gobiernan– han apostado concienzudamente por diabolizar al adversario político. Beneficiarse del consenso pero negarle cualquier mérito en el mismo a los de enfrente. Gestionar la Cámara no solo consiste en aplicar el reglamento, sino en atender a la egolatría de los diputados, a veces más inmanejable que los intereses de los grupos parlamentarios, a explicarle a un diputado que no se le puede ayudar en el traslado a Turquía para implantarse pelo o evitar los rumores sobre el origen de tres pastillas de viagra encontradas en un pasillo de la Cámara. Matos lo ha hecho con discreción, tino y finura pero con un enorme jolgorio interior.
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