Opinión | Editorial

Las mujeres vuelan solas

Son evidentes los logros conseguidos, y también lo es el camino que aún queda por recorrer

Una mujer opera en un cajero automático de una entidad bancaria.

Una mujer opera en un cajero automático de una entidad bancaria. / Europa Press

El estigma de la mujer soltera se va desvaneciendo ante la realidad de la estadística. Entre 2001 y 2022 prácticamente se ha doblado el número de mujeres solteras entre 30 y 40 años (actualmente, 1,4 millones según el INE). El 60% de ellas se declaran encantadas de serlo. Y el 47,3% de los niños que nacen son hijos de madres solteras. La generación millennial y zeta han dado una patada al refranero. Las mujeres ya no se van a «quedar para vestir santos» ni se les «va a pasar el arroz» si no tienen un hombre al lado. La pareja ya no aparece como el único destino anhelado.

Su elección no es tanto un camino hacia la soledad –pues eligen otros tipos de relaciones–, sino fruto de la decisión de trazar en solitario sus trayectorias vitales.

«En la segunda etapa necesitaremos nuevas formas de viviendas y apartamentos que no dependan del servicio a tiempo completo del ama de casa, y nuevas viviendas compartidas para monoparentales y personas que viven solas». Este fragmento fue escrito por Betty Friedan, una de las fundadoras del feminismo moderno, en ¡1981! En las páginas de su libro La segunda etapa, se refería a una próxima fase del feminismo en el que las mujeres «tienen que decir no a los estándares de éxito en el trabajo establecidos en términos de hombres que tenían esposas para cuidar todos los detalles de la vida», «no retirarse a la familia, sino abrazar a la familia en nuevos términos de equidad y diversidad» o a ir más allá de la «supermujer» o la «mujer total».

Ha costado más décadas de las previstas por Friedan. Durante estos años, las mujeres no han dejado de batallar por la igualdad. Tanto en el mundo laboral como en el ámbito familiar. Son evidentes los logros conseguidos, y también lo es el camino que aún queda por recorrer. La brecha salarial (en España, las mujeres cobran un 8,5% menos que los hombres) o el techo de cristal (las mujeres ocupan el 36% de los cargos directivos) siguen siendo una realidad, también la desigualdad en el reparto de las tareas domésticas. Desigualdad que quedó en evidencia durante los días del confinamiento.

Sí, la discriminación sigue ahí, pero superwoman parece haber decidido colgar su capa. Quizá cansada de esperar a un hombre que asuma sus responsabilidades, quizá harta de batallar en el trabajo y en casa por la igualdad. Son demasiadas dificultades a las que se añade un rearme machista que la ultraderecha se ha apresurado a canalizar y alimentar.

Aunque el feminismo ha perdido parte de la fuerza arrolladora y unificadora (queda para el recuerdo aquella multitudinaria huelga feminista del 8 de marzo de 2018), su capacidad transformadora ha permeado de forma irreversible la voluntad de una mayoría de mujeres que ha perdido el miedo a volar en solitario y organizar su vida según sus prioridades.

El estigma de la mujer soltera no solo se desvanece, sino que ya tiene quién le escriba. Películas, series y novelas erigen a mujeres solas como únicas protagonistas de su historia. A veces, en clave de humor. Otras, con el deje amargo de un penoso combate contra las fuerzas atávicas.

La ficción atiende a una realidad que, aunque no está exenta de dificultades, está configurando nuevos modos de relacionarse y de afrontar el futuro. Transformaciones que afectan desde el mundo del ocio al tejido de nuevas redes de ayuda. Todo un desafío para una sociedad en la que aún prevalece una organización basada en el modelo tradicional de familia.

La elección de la soltería no es un fenómeno sólo circunscrito a la llamada condición de single, modelo que ha creado a su alrededor todo un mercado con sus pautas de consumo, aparte de unos comportamientos sociales gregarios marcados por el alto nivel adquisitivo de sus protagonistas.

En el caso concreto de Canarias, las mujeres solteras con dos hijos a su cargo son las que ocupan la mayoría de los servicios en Cáritas, según datos de 2022 de la organización. Este perfil es el que ahora mismo define más de la mitad de las personas que atienden. Una marginalidad que no puede ser opacada por ese amplio frente de mujeres que eligen la soltería como proyecto de vida, ya sin las etiquetas que las situaban como cuidadoras de sus progenitores frente al resto de los hermanos casados o de tía preferida de los sobrinos.

A través de sus gabinetes estadísticos, las instituciones públicas deben hacer un seguimiento exhaustivo sobre las modificaciones que se producen en el ámbito demográfico. La soltería no es sinónimo de ausencia de descendientes, dadas las opciones existentes para lograr un embarazo más allá de la pareja convencional, o bien por la modalidad de la adopción.

En todo caso, no son alternativas extendidas aún, por lo que es más que evidente que hay una quiebra del crecimiento poblacional que afecta al modelo de sostenimiento de la sanidad pública o al sistema de pensiones.

Canarias, por sus debilidades y fortalezas demográficas, debe estar atenta al fenómeno. La soltería de la mujer por deseo propio y como opción vital para su felicidad es, sin duda alguna, un progreso determinante en el contexto de la convivencia social. Pero la aplicación de una mirada no tan larga nos permite vislumbrar necesarios cambios legales que protejan la opción y elimine reductos –públicos y privados– donde ser soltera todavía crea complejidades. Obstáculos también que aparecen en el seno de la familia tradicional, recalcitrante a la hora de aceptar la elección, percibida como una derrota frente a la estabilidad que se le concede al matrimonio.

España vive una revolución en la estructura familiar con nuevas leyes o polémicas como la desatada por Ana Obregón al optar a los 68 años por el vientre de alquiler para tener una hija en Estados Unidos. Viene a ser un ejemplo más de que la mujer soltera tiene ante sí un horizonte muy amplio para su realización personal. Inevitablemente tenemos que estar preparados para esta convulsión y para los debates bioéticos que se van a presentar.

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