Opinión

Juan Jesús González

La Palma, algo más que una crisis volcánica

Imagen de la erupción del Tajogaite.

Imagen de la erupción del Tajogaite. / ED

Leer lo que ocurre en la piel de La Palma es mucho más que el duro golpe asestado por el reciente Tajogaite, sin perder la referencia de que el volcán arruinó el trabajo, esfuerzo e ilusiones de la comunidad más dinámica que ha tenido la isla en los últimos 200 años. Se trata de una comarca que domesticó un suelo afectado por varios procesos eruptivos, construyendo sobre ellos más de 3.000 hectáreas cultivables a las que se les aportó agua y tierra fértil para crear una de las comunidades más prósperas de todo el medio rural canario. Basta un dato importante para poner de manifiesto lo que hablamos: se construyeron estanques para más de 12 millones de pipas para aprovechar las escorrentías del barranco de Las Angustias, fundamentalmente.

Pero hay otra isla de La Palma que no la arruinó el volcán sino los humanos, nosotros mismos. Porque es más complejo leer lo que ha ocurrido entre la montaña de Tenagua, en Puntallana, y el barranco Izcagua, en el límite de Garafía y Puntagorda, en las últimas décadas.

Leamos algunas referencias en lo que se refiere a la evolución de la población. En 1940 los municipios de Los Sauces, Barlovento y Garafía sumaban un total de 15.428 habitantes, que actualmente se han quedado reducidos a 7.897: es decir, casi la mitad. Por municipios, esta reducción de población es casi del 60% en Garafía, en torno al 38% en Barlovento y del 25% en Los Sauces.

Y no es fácilmente entendible que una de las zonas más productivas de la agricultura de medianías de Canarias se haya empobrecido a los niveles actuales, con una desbandada poblacional de esta magnitud en las últimas ocho décadas. Y, a pesar de las mejoras en las comunicaciones, no se aprecian signos de recuperación sino más bien al contrario si no fuera por cierto retorno de emigrantes forzados mayormente por la situación límite que se vive en Venezuela o Cuba.

Estamos hablando de una comarca con los principales alumbramientos de agua de Canarias donde las galerías aportan el mayor caudal por vecino de todo el Archipiélago. Así, Garafía, Barlovento y Los Sauces son los municipios que disponen de más agua por habitante (sin desalar y sin extraer de pozos con petróleo) cuando con anterioridad a 1940 sólo tenía agua Los Sauces, con Marcos y Cordero, habiéndose pasado posteriormente de secano a regadío en la costa de Puntallana, Los Galguitos y Lomadas, en San Andrés y Sauces; y la costa de Barlovento. También han sido importantes los aportes hídricos de las galerías de Garafía que han permitido crear unos emporios de regadío en el noroeste de La Palma, tanto en Puntagorda como en Tijarafe.

Hablamos de que en los años cincuenta del siglo pasado fue de las zonas que producían más alimento de toda Canarias, de allí se suministró comida a Las Palmas de Gran Canaria y otros puntos de las islas, por eso parece difícilmente justificable que Garafía o Barlovento hayan tenido esos niveles de descenso poblacional cuando disponen de más recursos.

Barlovento pasó de secano sin agua para atender a la población, como ocurrió en 1948 sin este elemento básico para la supervivencia siquiera para los animales, a una producción de agua de más de 1.000 pipas a la hora. Y es en este plano en el que queremos insistir en que la crisis demográfica es la resultante del deterioro de una cultura y una economía que ha devaluado el mundo rural y, lo que es peor, ha hipotecado el futuro de un amplio territorio rico en recursos como es esta comarca.

Más de 60 hectáreas de las medianías de Barlovento se encuentran hoy totalmente abandonadas. Lo mismo ocurre desde la montaña de Zamagallo a La Galga, en Puntallana. Y qué decir de las medianías de Garafía como zona ganadera y de frutales y de cultivo de papas o cereal. Téngase en cuenta que en los tres municipios del norte de La Palma se cultivaban más de 500 hectáreas de papas y que hoy en día no deben quedar ni 20 hectáreas en toda la comarca, mientras ahora consumimos papas de Israel, islas británicas, Chipre y Egipto.

Es lamentable que La Laguna de Barlovento esté semivacía por esta época, en un año especialmente lluvioso, cuando se ha dejado de regar más de cuatro meses y se ha perdido rumbo al mar cantidades ingentes de agua por encontrarse cinco de las ocho galerías barloventeras por debajo de la cota de La Laguna de Barlovento y sin ninguna acción ni propuesta para elevar ese agua.

Pero, lo que es peor, no se están creando alicientes para que los jóvenes se incorporen al campo. Es más, se da el caso de que jóvenes animados con cultivos de proteas o temas ganaderos tengan dificultades para ampliarlos en tierras balutas. Además, tampoco existe un plan forrajero ni una manera de que los jóvenes se sientan estimulados social y económicamente, con unas garantías mínimas de al menos cubrir costes en sus producciones para incorporarse al campo y, de camino, prevenir los incendios forestales.

No olvidemos que el volcán ha roto con un emporio económico importante de La Palma y ello nos obliga a actuar no sólo sobre las zonas arrasadas por las lavas sino a plantearnos quizás una isla más complementaria, con menos desequilibrios y donde la comarca Norte ha de ser tenida en cuenta en materias como producción de materia orgánica para una agricultura más sana y de calidad y para mayor equilibrio de tal forma que el mundo rural no siga siendo un gueto marginado. En una palabra: necesitamos un modelo que valore lo pequeño, lo local, lo de ayer, la cultura del esfuerzo y la solidaridad; con menos rallys, hipódromos y campos de golf y con más campesinos para nuestra tierra.

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