Opinión

Mercè Marrero Fuster

La inmensidad de las personas tóxicas

Primera hora de la mañana y finaliza la clase de spinning. Uno de los alumnos está indignado. Se ha pasado los cincuenta minutos bufando, negando con la cabeza y haciendo aspavientos. No le gusta la música ni la alta exigencia del entreno. Está tan molesto que se planta en la oficina del jefe para cantarle las cuarenta. En casi todas sus frases se cuela la expresión que todo lo puede: «Con lo que pago, merezco…». Un compañero le dice que su actitud ha distorsionado toda la sesión. Que sus interferencias con gestos nos han incomodado y que ha logrado crear una sensación de malestar generalizada. Cuatro gritos y un par de insultos. La persona tóxica ha logrado uno de sus objetivos: contagiar su mal rollo.

Estoy en el cine. El chico de delante come palomitas. Lo hace de la manera más discreta que alguien que come palomitas en un cine podría hacer. No escarba ni mastica con la boca abierta.Va de una en una, pero está claro que algo se oye. La mujer que tengo al lado chasquea con la lengua cada vez que él se mete un maíz en la boca. Apenas escucho los diálogos porque estoy pendiente del ataque que se avecina. Percibo la expansión del cortisol de la espectadora que está a mi vera. El chico debe notar la mirada asesina sobre su cogote porque se lo frota y masajea. Mi vecina ya no sólo chasquea, ahora también bota ligeramente en el asiento con cada ingesta. Finalmente, le da un par de toques en el hombro y le grita que deje de hacer sonidos guturales. “Ssshhh”, se oye desde la otra punta. Ella replica con un «SSSSHHH» más alto. El chico se defiende educadamente y continúa igual. La mujer busca mi complicidad con la mirada y le respondo que a mí no me molesta. De hecho, estoy por ir a comprar una caja para calmar mi ansiedad. La persona tóxica ha conseguido contagiar su mal rollo, otra vez, pero no ha logrado imponer su criterio. Menos mal.

Todos conocemos a alguien que se queja sin mesura cuando al camarero se le ha olvidado traer su copa de vino o ha tardado en servirle su plato. Es el mismo que, cuando le invitas a comer a tu casa, considera que te has quedado corta con la sal o que se te ha ido la mano con el pepino. Suele ser el que siempre está a disgusto con su trabajo y formas de hacer del jefe, pero que jamás propone un cambio positivo. Disfruta, a pesar de poner cara de consternación, de contar que Menganito está mal de salud y que Zutanita se está separando. Nunca te dirá que las cosas le van bien y tampoco te preguntará por tu vida o familia. En realidad, más allá de su persona, no le importa nadie. Es el centro del universo. Quien tiene los vecinos más ruidosos, soporta la mayor de las presiones, padece las consecuencias del calor más que nadie y se exacerba por la falta de educación de la sociedad actual.

Las ondas de las personas tóxicas son expansivas y poderosas. Hay que agenciarse un escudo defensor para hacerles frente. Tengo el mejor profesor de spinning y adoro las palomitas. Eso para empezar.

Suscríbete para seguir leyendo