Opinión | Aquí una opinión

Mi hijo tiene cáncer

Imagen detallada de una célula con cáncer de mama.

Imagen detallada de una célula con cáncer de mama.

Únicamente nos conocemos de mi visita a tu oficina para entregarte la memoria anual de la ONG para la que trabajo como voluntaria de hospitales. Sabes que soy sólo eso, pero percibo que me has imaginado, quizás por ello, como alguien que te entendería.

Así que, sin más, empezaste pausadamente a hablarme de tu hijo y de cómo ha enfermado de cáncer. Y yo, me senté a tu lado, abrumada porque, aún hoy en día, las lágrimas de un hombre impactan más que las de una mujer aunque estén hechas de la misma dolorosa materia. El muchacho es de una edad en la que estar pendiente de sus estudios, de los amigos con los que ir a coger olas, de sus muchos contactos en redes sociales porque lo has criado como tú, generoso y dispuesto y con unos padres rebosando un inmenso amor hacia él, quienes, solo piden al destino que las noches que sale a divertirse no regrese tarde y que no se vea envuelto en un lío, por pequeño que sea, aunque estén preparados y firmemente decididos a ampararlo ante todo, a amarlo por encima de todo, a defenderlo de todo… excepto de un cáncer porque eso sí es un tremendo error del destino en un mundo que, inexplicablemente, sigue girando sin dar respuestas al asombro de nuestro desconocimiento, al sentimiento de cansancio frente a tanta opinión inútil, al incontenible temor ante el incierto futuro.

Y por eso estás aquí, sentado ante una extraña, a la que cuentas de tratamientos, de tu sin vivir flotando en una oscuridad propia… desgranando en lo que se ha convertido tu vida convencido de que ella sabe lo que sientes porque lo ha visto reflejado en muchos otros ojos que contenían similares preguntas en idénticos pensamientos.

Y yo querría, con mis muchos años de experiencia poder aportarte un poquito de consuelo, decirte que estas patologías, hoy en día cuentan con los mejores tratamientos, que la del tipo de la que tiene tu hijo es de las de mejores perspectivas, que el hospital donde lo tratan y el servicio que le corresponde tiene a unos buenísimos especialistas y que el chico saldrá adelante y pronto este infierno quedará en el fondo del recuerdo con la lejana indiferencia que merece. Y estoy convencida de que, en un altísimo porcentaje, todo ello sería verdad y mis palabras tendrían una armonía que podrías comprender y creer pero, abro la boca y las frases no fluyen. Es la conciencia, alertándome del peligro de las verdades absolutas cuando actúan como refugios. Y entonces me recuerdo en el pasado, soportando una pena parecida y la única frase que me envolvió con su sincero consuelo: «No hay palabras» (dichas por alguien a quien un quebranto también había roto en pedazos).

Así que permíteme que te las diga convencida de su sinceridad y añada un amigo (porque después de esta conversación lo seremos). No existe lenguaje con el que yo pueda consolar tu pena, únicamente tengo para ofrecerte mi mano a la espera de la tuya donde y cuando la necesites, pero perdona que no ponga letra al gesto porque hay instantes en la vida, para los que no existe el ánimo de las palabras, sólo una sincera mano extendida...

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