Opinión

Juan Jesús González

Las papas y el cambio climático

Papas cultivadas en la isla de Gran Canaria.

Papas cultivadas en la isla de Gran Canaria.

Cuatro décadas atrás, con unas 15.000 hectáreas plantadas desde Haría a Garafía, Canarias no sólo era capaz de autoabastecerse de papas, sino que exportaba al Reino Unido entre 60 y 70 millones de kilos ya que, con temperaturas mínimas bajo cero, las papas no se dan y las «papas nuevas» iban de acá para allá y no al revés, como ocurre ahora. Eso si es que creemos lo que nos venden las grandes cadenas de distribución estas semanas en sus expositores: «papas nuevas para arrugar» procedentes del Reino Unido (en el mes de marzo).

¿No será más bien que nos están vendiendo como «nuevas» papas cosechadas en septiembre? ¿Es que el cambio climático se ha adelantado y en Gran Bretaña se están cosechando papas que resistieron el invierno al norte del paralelo 50? Francamente, suena más bien a estafa que a otra cosa. O quizás ni eso. Acaso una falta de respeto a nuestra cultura tradicional para la que la papa nueva era la papa recién cavada y no la grelada o la que se ha conservado en cámaras o por medio de tratamientos químicos.

No obstante, téngase en cuenta que darle la vuelta al lenguaje, en nuestro caso, es común puesto que en La Palma nos encontramos que llamamos Cumbre Vieja a la más joven y Nueva a la más antigua y algo similar es lo que nos encontramos en el caso de Arico Viejo y Arico Nuevo.

La realidad es que, como bien saben nuestros campesinos, la papa no resiste las heladas y las temperaturas medias adecuadas para su producción se encuentran entre los 10 y 20 grados y con 7 u 8 horas de insolación, que son las que tenemos en nuestras latitudes y entre el otoño y el invierno difícilmente se puede mantener ningún cultivo de papas.

Parece claro que alguien nos está tomando el pelo ya que no podemos arrugar papas nuevas del Reino Unido por esta época. Eso constituye una estafa al nativo y al turista con uno de los platos más tradicionales de la cocina canaria. Sencillamente, porque en marzo no hay producción de lo que nosotros llamamos «papas nuevas» en esos lares, hasta el punto de que antes las «nuevas» iban de aquí para allá por esta época.

Independientemente de esta especie de anécdota –ciertamente lamentable–, que podemos encontrarnos estos días en muchos hipermercados canarios, la realidad es que el cultivo de esas 15.000 hectáreas de papas en Canarias a finales de la década de los 70 y principios de los 80 del siglo no tan pasado se ha reducido hoy a unas 3.000 ha.

Se ha producido una disminución en la producción el año pasado en torno al 20% por precios de abonos, semillas, falta de relevo generacional e inconvenientes varios. Esto representaba algo más para el mantenimiento del paisaje, cultura y seguridad ante incendios forestales. En ese aspecto, hoy preferimos confiar inútilmente esa labor a los hidroaviones –que nunca llegan a tiempo y su eficacia depende de variables múltiples– y, cómo no, en lo que estamos descubriendo ahora en forma de kilómetro cero, economía circular y todo eso que sobre el papel queda ciertamente maravilloso y espléndido, pero que trasladado a la realidad que vivimos en esta tierra se trata básicamente de palabrería parecida a la que se atreve a denominar «papas nuevas» en marzo a las cavadas en septiembre allende de los mares.

Aquí, al igual que en otras muchas partes del mundo, la papa ha sido y es un alimento básico para la población. La papa arrugada es algo más que eso y, por esa razón, utilizarla para promociones extrañas producciones foráneas debería tener algún tipo de regulación que no lo consienta.

Además de alimento, si queremos darle algo más que pulseritas a los que nos visitan –el turismo sigue siendo nuestra principal industria– para que consuman todo sin salir de la instalación hotelera, habremos de pensar no sólo en nuestros valores culturales y naturales sino también en nuestro paisaje agrario y nuestra gastronomía. ¿No es una forma de estafa ofrecer la papa arrugada canaria con producciones procedentes de Israel o del Reino Unido? ¿De qué forma pretendemos diversificar nuestra economía para no convertir nuestra dependencia exterior extrema en un riesgo para nuestro futuro?

Y sí, nuestras viñas, nuestras papas, las plataneras del Valle de Aridane o La Orotava han constituido y constituyen hoy día un elemento fundamental de nuestro paisaje. Sí, ese que no muestra abandono y ruina entre zarzales y maleza y suponen hoy día un grave peligro incluso para nuestra seguridad. ¿Cuándo se había visto un incendio cruzar una autopista de cuatro carriles y atravesar un casco urbano como ocurrió en Santa Úrsula en febrero de 2020? Por eso nuestro paisaje agrario tendría que ser recuperado si queremos hablar con propiedad de kilómetro cero y economía circular. Y si alguien conoce otra manera de hacer eso, que la cuente, que estamos impacientes por escucharlo.

Si queremos un turismo sostenible habremos de hablar de un turismo que se acerque a nuestro paisaje y a nuestra gastronomía, que la valore y la respete y que también esté dispuesto a pagarla como la pagamos cualquiera de nosotros al visitar algún lugar del mundo desarrollado. Ofrecer calidad turística no debería ser la pulsera del todo incluido sino la de valorar esta tierra por algo más que por la playa y el sol y vender como productos locales algo que viene de donde vienen ellos mayormente, como ocurre con la papa, pues parece un poco de trapicheo, por decirlo suavemente.

Canarias se encuentra en una encrucijada compleja por la coincidencia de muchas crisis que asoman la cabeza casi de manera simultánea, algo que ha ocurrido históricamente en las crisis más graves de la humanidad.

Las respuestas a esos riesgos se conocen hasta el punto de que no nos las quitamos de la boca: producción local, economía sostenible, kilómetro cero y economía circular. Eso sí, todos nuestros residuos –buena parte de los cuales podrían enmendar nuestros campos– seguimos enterrándolos en el Complejo Ambiental ubicado en Arico, pese a que teníamos un plan desde 2009 para limitarlo al máximo.

Además, la inmensa mayoría de las aguas residuales siguen yendo al mar cuando no debíamos dejar escapar ni gota y nuestros paisajes agrarios del kilómetro cero se han convertido en un peligro a la hora de defendernos de los incendios simplemente por abandono. Y sí, lo de la papa nueva para arrugar en marzo procedente del Reino Unido pudiera parecer una anécdota, pero en verdad no lo es tanto. Es algo así como la muestra evidente de que «sostenibles» somos más bien poco y que cada vez son más escasas las políticas sensatas y de futuro para nuestra tierra.

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