Opinión

Jorge Fauró

Parálisis generacional

Todos conocemos algún amigo, vecino o compañero de trabajo cuyas opiniones sobre música, literatura o cine son más que respetables. Emiten juicios de valor y exhiben conocimientos solventes sobre cualquiera de esas disciplinas del arte, a menudo si la conversación transcurre alrededor de discos, libros o películas de hace 20, 30 o 40 años. «Ya no se hace música como la de antes» constituye la sentencia definitiva para consolidar la discusión sobre si un artista es mejor o peor que aquel otro del que le separan cuatro décadas de evolución musical. De Woodstock al Primavera Sound; de los beatnicks a Lillian Fishman; de Spielberg a Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Apenas medio siglo entre unos y otros. Un estornudo para la historia del arte, un universo para la sociología.

Neurólogos y sociólogos escriben la teoría y las casas de streaming lo confirman con sus métricas: hay usuarios que escuchan una y otra vez las mismas canciones –generalmente alejadas del presente 30 o 40 años–, tantos como los que se resisten a descubrir un nuevo escritor o deciden apuntarse a un canal de cine clásico y dedicar el fin de semana a ver Gilda, Casablanca o Salvar al soldado Ryan. Ese vecino, amigo o compañero es bien conocido: se pasa el domingo escuchando a todo trapo Made in Japan (1972) de Deep Purple.

En su libro Musicofilia, relatos de música y cerebro, el neurólogo Oliver Sacks –y aquí cito la publicación cultural Shock, que reproduce esta idea– se apunta que «gran parte de lo que se oye durante los primeros años puede que quede grabado en el cerebro durante el resto de la vida», lo que refuerza «la tenacidad de la memoria musical». «Una afirmación –continúa Shock– que cuaja muy bien con un estudio de Deezer de 2017 llamado Parálisis musical, en el que revelan que «más del 80% de los consumidores de música reproducen de forma sistemática canciones de la niñez, adolescencia y juventud que ayudaron a forjar su adultez».

La teoría bien puede aplicarse al mundo del cine. La oscarizada Todo a la vez en todas partes, de los antes citados Kwan y Scheinert, está desatando el mismo debate que podrían tener un fan de Led Zeppelin y otro de Bizarrap. En términos de generalización –siempre habrá excepciones– es posible que ambos puedan llegar a ser amigos, pero parece poco probable que alcancen un acuerdo. Ahí comienza la brecha generacional. Lo primero que encontré en redes sobre esa historia del multiverso fueron decenas de comparativas con El Padrino, La lista de Schindler y algún clásico más. Y mucha opinión divergente seguida de la cadena habitual de desacreditaciones personales propia de los foros de discusión. Las conversaciones pasaban en un segundo del «obra maestra» al «no tienes ni puta idea».

Un día antes de la ceremonia de los Oscars comencé a ver la película que arrasó la madrugada siguiente. Detuve el visionado en el minuto 26 y cambié de plataforma. Es posible que la retome en breve o dentro de algún tiempo. O acaso me ocurra como con La La Land, cuyo dvd continúa arrumbado en el sótano y la película detenida en el minuto cuarentaytantos. Nunca he vuelto a tener el menor interés en ver cómo acababa aquel musical. Es posible que esa parálisis generacional sea tan solo pasajera o selectiva para unas cosas y no para otras, o que no llegue nunca y continuemos interesándonos por las novedades musicales que nos trae Radio 3. Quizá sea solo un problema del tiempo y su gestión, y que, sencillamente, no queramos perderlo en según qué cosas, verbigracia, la historia de esa mujer que se enfrenta a Jamie Lee Curtis por unas facturas, que es donde yo me quedé.

Mi compañera Inés Martín Rodrigo, periodista, escritora, ganadora del Nadal con Las formas del querer, sostiene que nos hemos ganado el derecho a dejar un libro a la mitad. O una película; o un movimiento musical disruptivo que acaba con el anterior. A mí me ha pasado con Sebald o con Agustina Bessa-Luís, por citar dos escritores en el Olimpo. También con la película de los siete Oscars. Y no pasa nada. Nunca se atreve uno a dar ese paso hasta que lo consigue y comprueba que el universo mantiene su equilibrio. Quizá sólo persigamos administrar mejor nuestro tiempo en actividades que consideremos más enriquecedoras. Disfruten de Todo a la vez en todas partes. Si les gusta, habrán aprovechado estupendamente 137 minutos de su existencia. Y si no, no los malgasten. Esos minutos representan un estornudo en la historia, pero un universo en nuestras vidas.

@jorgefauro

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