Opinión | NOTAS DE UN ESPECTADOR

Ops, Rábago, El Roto. Para ventilar el olor de la dictadura

Andrés Rábago

Andrés Rábago

Lo que más le sorprendió a Andrés Rábago, el artista que también es Rábago, como su apellido, Ops y El Roto, cuando entró en la enorme sala que acoge su historia como pintor, editorialista del trazo y dibujante de la vida cotidiana en España, fue la luminosidad de la sala en la que se exponen desde este último jueves los distintos aspectos de su obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Son salas blancas, marcadas por sus pinturas, sus viñetas y sus dibujos, que se dividen en los distintos aspectos de su carácter como testigo de la vida. Es quien pinta, quien denuncia, y quien se abstrae para contar lo que no entiende. Un hombre que está entre el realismo comprometido de Albert Camus y la voluntad de ocultarse para mirar de inconformes como Franz Kafka o de Juan Carlos Onetti.

Para explicar sus distintas actitudes ante el lienzo o el papel, desde que España era una dictadura oscura como la tumba en que quedó la democracia republicana, este hombre que parece un monje laico mira a los celajes como si pasara de incógnito. Así ha adoptado distintas identidades, todas las cuales coinciden con su mirada desconfiada e irónica, que no siempre se convierte en palabras.

El silencio, en sus dibujos o en sus cuadros, es parte de su modo de hablar, o de dibujar, de referirse a una realidad que le disgustaba cuando olía la podredumbre del franquismo, y también ahora, cuando se imponen otra clase de cárceles, algunas de las cuales vienen envueltas en los trampantojos de la cibernética.

Así pues, este hombre que se sorprendía del aire límpido que envuelve sus cuadros luminosos o sus antiguos, y modernos, dibujos sobre la vida oscura del alma de las sucesivas épocas que desembocan en los 76 años que tiene, es Andrés Rábago, y se divide, para el arte y el testimonio, en tres figuras que muy levemente se parecen entre sí. Rábago es el pintor, dedicado a observar la vida cotidiana como si esta aspirara al sosiego que le prestan los colores, limpios, serenos y optimistas. Ops es el testigo de la putrefacción que supuso, en España, la dictadura que aún en lo más reciente de la posguerra convertía a los ciudadanos en seres cuyas mentes seguían encarceladas. Y El Roto es el que se enfrenta cada día (desde hace años en El País, antes en Diario 16) a lo que sucede en su país y fuera de él.

Es, por decirlo así, un editorialista de guardia que siempre dice, como hacían Bagaría en El Sol de España o Menchi Sábat en Clarín de Buenos Aires, lo inesperado para convertirlo en seguida en lo que verdaderamente estábamos esperando para saber cómo interpretar las noticias, o los estruendos, del día.

Durante mucho tiempo pensamos que esos tres eran, en efecto, tres, pero aquí está, mirando sus cuadros, sus dibujos, sus editoriales gráficos, el único Andrés Rábago que existe, sentado ante su magna exposición, que ha sido preparada por Óscar Curieses, también especialista en otro silencioso del arte, Francis Bacon, y que ha titulado La fábrica en silencio su propia contribución al catálogo que recoge esta microhistoria del mundo que constituye la exposición de este madrileño singular, un hombre que es tres, excepto cuando sonríe, irónico, ante lo que no entiende. Entonces es, quizá, Andrés Rábago.

Le pregunté, pues, por sus desdoblamientos. «La raíz es Ops. El tronco es El Roto. Y las ramas y los frutos, Rábago… Cada uno de ellos pertenece a una época histórica distinta. Ops es el tardofranquismo. El Roto ya es un habitante de la democracia. Y Rábago es atemporal… Yo creo que lo que hizo conmigo Ops fue una limpieza de toda la mugre acumulada a lo largo de toda la dictadura. Miré hacia adentro y miré mis propios monstruos y demonios. Miré hacia afuera y vi los monstruos y demonios de la sociedad de aquel momento».

La limpieza es algo que hizo, me dice, «cuando todavía la dictadura no había desaparecido… Era su tramo final, pero ahí estaba presente». Un mundo gris, altivo, lleno de chaquetas negras, ruido de sables y de basureros. «Yo vivía cerca de donde estaban [en Madrid] los calabozos de Gobernación y el hedor que despedían esos calabozos, uf, todavía hoy lo percibo cuando paso por ahí. Es que ese es el olor de la dictadura. Por tanto, había que ventilar la casa, abrir las ventanas».

Fue autodidacta, su escuela fueron la paciencia de su padre, que le enseñaba, y los museos, los tenía cerca, así como los libros de arte que había en la casa. Así aprendió. Y ahora su materia gris, la que se expone en lienzos o cuadros como estos que hay ahora en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, es también parte de lo que la gente siente como editoriales contra la realidad de un dibujante misterioso y vitriólico dedicado a subrayar a trazos la penuria del mundo. Él no le da importancia a la significación histórica de su triple figura. Ha hecho siempre, dice, «lo que tengo que hacer, sin pensar en el espectador, porque de lo contrario habría que pensar tácticamente…»

Es así, siendo Ops, desde que dibujaba en la revista Hermano Lobo, un desafío gráfico a los colmillos de la dictadura. El Mayo de 1968 lo inspiró, y publicaciones extranjeras le dieron la perspectiva de otras zonas de libertad que aún no se vislumbraban en España, «y eso me permitió saber a qué nivel tenía que hacer mi trabajo».

Ops, pues, «pertenecía a la dictadura y cuando llegó la democracia su lenguaje encriptado y hermético ya no tenía caso. Su mundo estaba desapareciendo, afortunadamente. Fue, además, un periodo personal un poco difícil: ¿ahora qué haré?, me preguntaba. Y me fui por El Roto, que ya había ensayado en Hermano Lobo [la revista que fue hijuela de Triunfo, el más importante semanario progresista en tiempo de Franco]. Era, como el de las revistas que venían del extranjero, y que nos había traído nuestro colega Chumy Chúmez, un humor muy bronco, muy deslenguado».

El Roto sigue tan campante. «Fue variando la forma. Pero siempre la suya ha sido, en todos los medios en los que ha sido publicado, una posición de absoluta independencia con respecto a esos medios… Yo le doy una visión genérica y no específica a las cosas que van ocurriendo. Pero la posición ética no ha variado: soy un observador y reflejo las cosas que veo con un texto preciso y un dibujo atractivo. O eso pretendo, porque yo he ido en contra del dibujo fácil».

–¿Y qué es el dibujo fácil, Andrés?

–La decadencia formal que había en la dictadura: dibujos en los que valía sólo el texto. Y yo siempre he querido que el dibujo tenga buena calidad. Porque el texto puede decaer, pero el dibujo no. Por eso le da permanencia.

Ahí están, coexistiendo, en las salas tan iluminadas, el claroscuro de Ops, el trallazo de El Roto, la sensibilidad ensimismada de Rábago… En cuando a los dos primeros, los puntiagudos dibujos, dice Andrés, «representan una posición mental distinta… Ops está en el territorio de lo psicológico interior. El Roto bucea en su interior y saca lo que tiene, por tanto está en el territorio de lo social, de lo externo. Así que Ops y El Roto no se comunican. Y Rábago está en el territorio del alma. Por eso es también tan distinto. ¿Y los tres? Pues no se relacionan, porque son muy distintos».

Rábago tiene luz y color, «es la emoción, la vibración que nos puede elevar». Ops es negro, y a veces admite el rojo sangre, «es que era una época muy violenta, muy agresiva». Como ahora, tan agresiva como ahora. ¿Cómo ve Andrés Rábago este tiempo? «Con mucha preocupación. Creo que estamos yendo en una dirección equivocada y no hay control de lo que está pasando. Hay una guerra, una destrucción medioambiental, turbulencias económicas, la ciencia se ha convertido en un apéndice de la industria y hace falta más conciencia democrática».

Cuando salimos están, luminosos, los ventanales de Rábago mientras gritan los dibujos de Ops y del Roto y Andrés se dispone a mirar la luz de la sala.

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