Opinión | Un carrusel vacío

Marina Casado

Por un puñado de tildes

La palabra "solo" podrá llevar tilde

La palabra "solo" podrá llevar tilde

Estamos acostumbrados a que las polémicas más populares giren en torno a las vendettas de Shakira o las infidelidades entre famosos de tres al cuarto. Por eso me sorprendió que la semana pasada el foco de atención estuviera situado sobre una cuestión gramatical que ha trascendido el ámbito lingüístico y se ha convertido en una especie de marca personal, de rebeldía o autoafirmación: la tilde del adverbio «solo».

Tradicionalmente, se tildaba para distinguirlo del adjetivo, para diferenciar el significado entre «solamente» (sólo) y «en soledad» (solo). Sin embargo, en 2010, la Real Academia Española recomendó no tildar nunca la palabra, excepto en los casos en los que se produjera una fuerte ambigüedad. Por ejemplo, en la oración «Salgo solo por las tardes». Desde entonces, escritores, intelectuales y ciudadanos de a pie se negaron a cumplir la norma y se definieron como firmes luchadores por la tilde en «solo»: Arturo Pérez Reverte, Javier Marías, Mario Vargas Llosa… Se trata de una guerra que ha enfrentado a autores y editores, profesores y alumnos, etc. He de confesar que, en mi caso particular, siempre me he negado a abandonar la tilde, por mucho que la Academia lo prohibiese, aunque más por comodidad y costumbre que por cuestiones reivindicativas.

Hace algo más de una semana, la RAE volvió a pronunciarse sobre este asunto para anunciar una posible nueva redacción en el Diccionario Panhispánico de Dudas que aclararía la norma. La reacción popular no se hizo esperar: los «solotildistas» celebraron su triunfo y la victoria de una batalla que llevaban años librando, y los medios declararon, con emoción contenida, que la RAE «devolvía la tilde al adverbio». Pero lo cierto es que en este caso, y recordando al poeta Luis Cernuda, habría que distinguir entre «la realidad» y «el deseo», porque la RAE no ha devuelto ninguna tilde, sino que se ha limitado a subrayar lo que ya dijo en 2010: que solo estará justificada en los casos de ambigüedad. La única novedad es que ahora esa ambigüedad podrán determinarla también los propios autores. Es decir, que todo continúa igual.

Cuando hace unos días les hablaba a mis alumnos de Secundaria de esta polémica, me miraban como si fuera de otro planeta. La mayoría nació con la prohibición de la RAE y jamás habían sabido del tema. En cualquier caso, las tildes no son un asunto que les preocupe especialmente, a juzgar por sus redacciones y sus exámenes. De hecho, hemos llegado a extremos tan terribles que yo solo me permito desesperarme cuando veo que tampoco respetan la diferenciación entre mayúsculas o minúsculas o escriben ignorando completamente la puntuación. Y no digo que puntúen mal, sino que algunos no escriben un solo punto ni una sola coma. Lo verdaderamente fascinante es encontrar algún adolescente –que los hay– que escriba con una ortografía impecable y además respete la puntuación. Son auténticos mirlos blancos. Y la causa de esta evidente deficiencia es que no leen, ni poco ni mucho. Los culpables no somos los profesores, al contrario de lo que piensa una gran parte de la sociedad, porque, para que un niño se aficione a leer, debe fomentarse también desde el ámbito familiar.

Las incorrecciones a la hora de escribir tildes constituyen, en todos estos casos, un problema más de los muchos que hay. Por eso, cuando pienso en la tilde de «solo», no se me antoja un tema tan fundamental. Desde luego, sí es una molestia para los que empezamos a escribir con la norma anterior. Es como cuando, después de años usando la peseta, nos tuvimos que acostumbrar al euro. Lo que ocurre es que nunca nos acostumbramos del todo. Mucha gente de mi edad, entre la que me incluyo, continuamos haciendo el cambio mentalmente si se trata, por ejemplo, de cantidades muy grandes. Pues con la tilde de «solo», igual».

En los ambientes que suelo frecuentar, de tipo literario y artístico, estar a favor de esa tilde y mantener tu propia postura, más allá de la norma de la Academia, presupone una personalidad independiente, una obstinación admirable. Aquellos que están en contra de la tilde acusan a estos primeros de «inmovilistas», de no permitir que el castellano evolucione. Y claro, la polémica está servida. Esto es casi peor que las batallas entre los surrealistas y los dadaístas, allá por la década de los veinte del siglo pasado.

Yo creo que los «solotildistas» acabarán ganando la guerra, aunque solo sea por insistencia. Como decía Clint Eastwood en Por un puñado de dólares, «Si alguien armado de pistola se enfrenta con quien lleva un rifle, el que tiene la pistola es hombre muerto.» Y aquí ya sabemos quiénes llevan el rifle.

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