Opinión | Artículo Indeterminado

Ana Martín-Coello

Demasiado humana

Demasiado humana

Demasiado humana / Ivanisevic Ivan

Vaya por delante que he lidiado, en persona y, especialmente por teléfono, con todo tipo de gentes, desde los energúmenos más desagradables a los individuos más desubicadamente melifluos; desde las señoras más maleducadas a las mujeres más tímidas. Y, siempre, con mayor o menor esfuerzo, he salido airosa. Salido. En pretérito. Porque la racha se acaba de romper.

Verán: hace poco recibí en el mail de mi oficina una invitación para que mi pareja acudiera a un centro de bienestar. Lo enviaba una empresa dedicada a la comunicación y el marketing, que tiene como cliente a este centro. Hasta ahí todo normal. El texto era correctísimo, y el contenido igual al de tantos otros ofrecimientos similares.

Como se trataba de algo sencillo de gestionar, pensé que sería más engorroso derivarlo que resolverlo yo misma. Así que respondí con un correo al que siguió otro, por su parte, igual de amable que el anterior.

Pero, en medio, surgieron varios cambios de agenda y yo necesitaba saber cuánto tiempo iba a durar el tratamiento para poder dejarlo todo organizado.

Así que, insensata como soy, se me ocurrió, para abreviar el proceso, llamar al móvil que venía junto a la firma y preguntar por la persona que me había escrito.

La reproducción de la charla viene a ser esta:

- Buenos días, ¿puedo hablar con M.?

- (Cortante) Sí.

- ¿Es usted?

- (Sequísima) Sí.

- Ah, hola. ¿La pillo en mal momento?

- (Gélida) Dígame.

- Bueno… es que no sé si me he equivocado, la llamo porque quería saber cuánto dura este tratamiento del que acabamos de hablar para poder cuadrar la agenda.

- Lo pregunto y le envío un correo. A menos que prefiera que la llame.

Esto último, «a menos que prefiera que la llame», lo dijo como si estuviera proponiendo mandarme una diligencia o a Miguel Strogoff en persona atravesando la estepa procelosa. Lo dijo como si yo fuera una vieja osada de lo más antiguo y solo a alguien tan desfasado se le ocurriera que llamar (¡llamar!) para informarse de un detalle, en lugar de usar el mail, como todo el mundo, era una buena idea.

Así que, un poco atontada por el suceso, me quedé analizándolo un buen rato.

La agencia se anunciaba a sí misma como «un equipo cercano de gente joven». No es que tenga nada contra la gente joven, vamos a ver, si ayer mismo yo era una de ellas, pero es un dato.

Yo no le estaba pidiendo ningún favor a esta compañera. Le estaba haciendo uno, si acaso.

Entonces, ¿qué pude haber hecho mal?

En esas me debatía cuando me llegó un diligente, amabilísimo y largo mensaje con la respuesta a mi pregunta telefónica. De tres párrafos.

¡Por el amor de dios, tres párrafos para contestar como si fuera mi mejor amiga y medio segundo para despacharme secamente por teléfono!

En ese momento asumí de golpe que, me guste o no, hay una legión de gente por ahí suelta que aborrece hablar, aun en caso de apocalipsis zombi.

Es más, las llamadas les parecen una invasión inaceptable, incluso para temas de trabajo. Una cosa muy íntima, cercana, demasiado humana, tal vez.

Y no es solo que les moleste que los llames. Es que tampoco te llaman ellos.

De lo que infiero –sin nostalgia, no crean– que aquella bonita costumbre del «ya le llamaremos» tras una entrevista de trabajo se debe haber sustituido hace mucho por «ya le mandaremos un mail o whatsapp o audio».

O, como esto va a una velocidad inasumible para mi cerebro premillenial, tal vez la consigna en este momento sea «ya le contestará nuestra IA si tiene un buen día».

It’s very difficult todo esto. Desde la prehistoria lo digo.

@anamartincoello

Suscríbete para seguir leyendo