Opinión | Retiro lo escrito

Ya basta

Ya basta

Ya basta / MARIA PISACA

Estamos comportándonos como avariciosos imbéciles. Ha llegado al pueblo un grandullón abusador y grasiento y estamos dispuestos a cualquier cosa para recoger, como si fuera una perla, hasta el último eructo que salga de su boca. No estamos haciendo periodismo, sino convirtiéndonos en comparsas de un soplón deleznable. Le basta con mover un dedo para tener una docena de micrófonos delante que recojan todo lo que se le ocurre –acusaciones, chismes, enredos, insinuaciones, dudas, baboserías tartajosas– o lo que tiene escrito en su guion de buscavidas con el objetivo de pactar o repactar su situación procesal con el fiscal o con la jueza. Ayer este individuo se plantó en el pleno extraordinario del Cabildo de Tenerife para montar otro numerito mísero y grosero y acudimos prestos, como moscas a la mierda, y el show le quedó estupendo. Ahí se sentó Navarro Tacoronte para fijar su iracunda mirada en el presidente de la corporación, Pedro Martín, y dos horas más tarde, a la salida del salón de plenos, tacharlo de farsante. ¿Saben lo que creo? Que se debió impedir la entrada a este gibón. O si se le detecta una vez ya en el interior, expulsarlo de inmediato. Pero el presidente ni siquiera tuvo valor para eso. Sí, a la calle instantáneamente. Que se hayan cometido ilegalidades o irregularidades en el gobierno insular en los últimos tres años y medio está por ver y por decidirse en un juzgado. Pero que Navarro Tacoronte intentó corromper –al menos– a un alto cargo del Cabildo tinerfeño es algo ratificado por un testigo: el propio Navarro Tacoronte. Es incomprensible que una institución pública tolere que un sujeto que confiesa que se esforzó en agusanarla le abra la puerta para cualquier tipo de acto. A ver si estamos olvidando que el corruptor es tan repugnante como el corrompido. Ambos son corruptos. Ambos merecen la misma repulsa y la misma condena moral.

Nada de esto, por supuesto, desactiva la veracidad de todas, muchas o pocas de las afirmaciones de Navarro Tacoronte. Por desgracia los delatadores no suelen tener un currículo intachable, sino más bien lo contrario. Una persona decente, precisamente por el hecho de serlo, no podía largar lo que Navarro Tacoronte está largando. Pero deberíamos asumir entre todos que el lugar donde este menda debe hablar es el juzgado. En caso contrario estaremos practicando una complicidad tan estúpida como tóxica. Estaremos malbaratando la verdad y la verdad es un bien público que los periodistas, profesionalmente, debemos proteger. Sin verdad no somos absolutamente nada. Sin verdad esto no es un oficio, sino una fantasmagoría decrecientemente rentable o una crepitación de egolatrías en carne viva. Sin la verdad no merecemos ningún respeto. Navarro Tacoronte no es una fuente de información, sino que debe ser objeto de la misma. Merece prestarle atención, pero no regalársela. Recoger acaso su versión y punto, pero no convertirnos en obedientes mecanógrafos de su vomitiva astracanada.

Peor aún: en este frenesí de estupidez moral y oportunismo político estamos perdiendo algunas sanas costumbres. Recuerdo que hace lustros me telefoneó un periodista de El Mundo: quería hablar conmigo sobre las actividades de Adán Martín como traficante de armas en una república subsahariana. Me eché a reír y le dije que se fuera al carajo. Ahora, en cambio, veo a jefes de prensa tomando cafelitos con Javier Negre en el centro de Santa Cruz de Tenerife. Y no estaban solos precisamente. Ese viejo mecanismo –con un libelista de ultraderecha se fabrica una mentira, se publica y luego los fabricantes la difunden como verdad muy escandalizados– no ha solido tener aquí mucho recorrido. Pero todo cambia. Y no a mejor. Todo se oscurece y el periodismo se contrae como una bola de papel arrugado en la penumbra que alguien fuera de foco coge y tira a la papelera.

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