Opinión

Del apocalipsis a la esperanza

El Silicon Valley Bank se declaró en quiebra el pasado viernes.

El Silicon Valley Bank se declaró en quiebra el pasado viernes.

La tercera semana de mayo se nos presentó con mejor tiempo pero con palabras y tintes apocalípticos porque, de una parte, se encendieron las alarmas económicas en Estados Unidos y las sombras invadieron Europa; y de otra, el Papa del Fin del Mundo declaró, sin ambajes, que vivimos la Tercera Guerra Mundial.

La caída del Silicon Valley Bank motivó la mayor retirada de depósitos que se recuerda en un solo día, y los expertos financieros prevén una recesión en Estados Unidos y Europa, que exigirá la subida de los tipos de interés a los bancos centrales. Quizás no alcance la gravedad de la crisis de Lehman Brothers de 2008 pero, sin duda, cada vez se descubren con mayor nitidez las debilidades del sistema.

Y aún con tono tierno y bonachón, el Papa Francisco dijo en alta voz lo que todos, o casi todos, pensamos: «Estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial a pedacitos, en capítulos, con enfrentamientos en todas partes aunque la guerra de Ucrania nos toque más de cerca». En unas declaraciones para Univisión en su décimo aniversario al frente de la Iglesia Católica denunció la crueldad del conflicto provocado por la invasión rusa, su imprevisible alcance y la ausencia de diálogo. Y como ha reiterado en el último año se ofrece para mediar entre las partes.

Denunció también desde las trágicas consecuencias de la II Guerra Mundial y «la vida truncada de treinta mil soldados, chicos que murieron sólo en el desembarco de Normandía, al drama de Yemen y Siria y el polvorín de Oriente Medio». «Son los conflictos bélicos que nos imponen y que muestran que hemos perdido la conciencia de la guerra».

«La humanidad sigue fabricando armas» y agregó que «la guerra esclaviza, deshumaniza, y que la posesión y el uso de armas nucleares, según enseña el catecismo católico, es inmoral porque no podemos jugar con la muerte a mano».

No rehuyó ninguno de los temas planteados, desde la pandemia del coronavirus a los escándalos de la iglesia y, especialmente, los abusos de menores; habló de su estado de salud y desmintió cualquier rumor de renuncia. «Me iré cuando no sea útil».

Nada será igual después de este papado providencial que limpió las lacras de la institución, clarificó las cuentas y erradicó las faltas y el encubrimiento, acercó la iglesia a los pobres y fue consecuente con su biografía que ahora repasamos; la aventura de un hombre de fe con un alto sentido de la justicia y la misericordia que, el 13 de marzo de 2013 cambió su vida y la de la iglesia a la que sirve.

Monseñor Jorge Mario Bergoglio, cardenal arzobispo de Buenos Aires, pasó a llamarse Francisco, con el número 266 de los papas de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, jefe de estado y octavo soberano de la Ciudad del Vaticano. Después de cuatro votaciones y dos fumatas negras, según algunos electores por sorpresa, el cónclave para elegir al sucesor del dimitido Benedicto XVI apostó por un candidato inesperado, que a la postre sería el primer pontífice jesuita y americano y, desde el año 741, fue también el primer Sucesor de Pedro que no era natural de la vieja Europa. Desde su presentación en el balcón central de la Basílica de San Pedro usó como primer mensaje y lema la humilde petición Rezad por mí.

Nacido en el bonaerense barrio de Flores, en el seno de una modesta familia de emigrantes italianos, tiene tres hermanos y heredó de su padre ferroviario, el amor al trabajo y la afición futbolera como hincha del San Lorenzo Almagro. Hizo la primaria en un colegio salesiano y la secundaria industrial en el instituto Hipólito Irigoyen; titulado en química, fue también un apasionado del tango y trabajó en la limpieza de una floristería y portero de discoteca. En 1958 ingresó en la Compañía de Jesús; obtuvo la licenciatura en filosofía y estudió humanidades e idiomas en Chile; fue profesor de literatura, psicología y teología. Ordenado sacerdote en 1969, hizo carrera en la orden y fue Superior Provincial entre 1973 y 1979, durante el periodo negro de la dictadura de Videla.

Se doctoró en Alemania y ejerció como sacerdote secular en Mendoza. Nombrado Obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires en 1992, trabajó en los suburbios y alcanzó gran popularidad entre las clases populares. En el consistorio de 2001, el papa Juan Pablo II le nombró cardenal y Primado de Argentina. Miembro de diversas congregaciones y con amplio prestigio por sus dotes intelectuales tuvo una posición mediana entre progresistas y moderados y se enfrentó abiertamente con los gobiernos de los Kirchner por los problemas de la corrupción y la pobreza. Rivalizó con Joseph Ratzinger en 2005 y, ocho años después, cuando pocos creían en sus posibilidades accedió al papado.

Cercano y afectuoso, tiene la energía imprescindible para hacer más razonable y eficaz el gobierno de la iglesia; muestra buena disposición en el ecumenismo y plena comprensión con los creyentes excluidos. Procuró y procura reformas adecuadas a los tiempos y un enfoque inclusivo y aperturista hacia los divorciados, la homosexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es un interlocutor de privilegio en el concierto internacional y cuando acabe su pontificado – que deseamos sea muy largo y hasta que él quiera – deja unos avances sin retorno y una puerta grande y franca a la esperanza.

Suscríbete para seguir leyendo