Opinión | La Laguna, encrucijada

Eliseo Izquierdo

Campanas y campaneros

Esta ciudad está poblada de campanarios y de campanas. Sin embargo, se ha ido despoblando de campaneros. Ya quedan pocos y son cada vez menos quienes quieren tañerlas. Si no se remedia, el toque manual de campanas desaparecerá, justo cuando su importancia se ha reconocido mundialmente. Un lagunero de los que le arrancaban los mejores sonidos a los bronces, Ricardo González Afonso, acaba de irse para siempre.

No sabría decir cuándo se aficionó Ricardo a tocar las campanas. Lo hacía por placer y con estilo impecable. Sí sé que desde pequeño procuraba ser el primero en llegar hasta las de la Catedral, y que tenía tanta habilidad como soltura para hacerlas sonar.

Todavía en los cincuenta del siglo anterior, las campanas eran un eficaz instrumento de comunicación social. Con ellas se informaba al vecindario de sucesos alegres y tristes. Como diríamos en periodismo, daban noticias de alcance, información acabante de ocurrir o aún produciéndose, no digamos si tocaban a rebato.

En tiempos sin televisión, sin aparatos de radio ni teléfonos –o al alcance estos de únicamente algunos ricachones y de los estraperlistas–, sin transistores y sin móviles, con la prensa informando de la actualidad con no menos de veinticuatro horas de retraso, por mor de los sistemas de recepción de noticias de entonces, las campanas cumplían una función informativa básica, no sólo daban las horas, llamaban a misa, repicaban cuando llevaban a una criaturita camino del cementerio –que, hasta los antibióticos, era a diario y con frecuencia varias– o anunciaban, por cómo los dobles y con qué campanas, si era vecino o vecina quien acababa de finar. Sus sones se escuchaban con la atención de un mensaje importante.

Las campanas son instrumentos de percusión. Arrancarles sus mejores sonidos, sus muchos matices, no es fácil, hay que saber tocarlas. Solo un campanero con sensibilidad y técnica lo logra, como un violinista, un fagotista o un batería con el suyo. La motorización progresiva, y la pérdida de funciones que tuvo en anteriores épocas, amenazan esta tradición milenaria, que aúna habilidad y arte. Suena muy diferente una campana que se voltea por medios mecánicos que si se tañe a mano.

Para reconocer la trascendencia de este legado histórico y a la vez evitar que el toque manual de campanas pueda desaparecer, UNESCO, en su reunión plenaria de finales del pasado 2022 en Rabat, lo declaró patrimonio mundial y acordó inscribirlo en el catálogo de bienes culturales inmateriales de la Humanidad. Es el reconocimiento de una riqueza cultural de insospechados valores que está amenazada y hay que conservar.

Cada pueblo, cada campana y cada campanero tienen su propio repicar. Los repiques laguneros son inconfundibles. Con sus campanas se han dado incluso conciertos. Su ritmo, estilo y sonido las hacen peculiares entre la treintena de modalidades registradas en nuestro país. Pero apenas quedan ya a quienes les atraiga hacerlas sonar. De ahí lo conveniente que serían unos talleres de adiestramiento y ejercitación. Este cronista brinda la iniciativa al Ayuntamiento, a las entidades culturales y a la iglesia nivariense, por si lo consideran oportuno. Sería la mejor forma de legar a la posteridad esta valiosa seña de nuestra identidad como pueblo.

Ha habido quienes han tocado las campanas como gimnasia, ejercicio equilibrado donde los haya, mientras otros lo han hecho por promesa, devoción o tradición familiar. Asimismo, no han faltado campanófobos y campanófobas recalcitrantes y, por el contrario, defensores entusiastas, entre ellos, el poeta y recordado periodista Juan Pérez Delgado, quien en su soneto a las campanas de la Concepción, dice que «no hay poema más dulce que ese broncíneo coro» y anima a que continúen sonando: «¡Cantad, cantad, campanas, vuestro viejos rondeles».

Para que el anhelo del sin par Nijota se mantenga, a despecho incluso de quienes reniegan de su canto, habrá que enseñar a tocar las campanas «a lo lagunero», con estilo y acento propios. Que no se pierda ni se debilite, más ahora que UNESCO ha reconocido que el toque de las campanas es patrimonio mundial.

De no ser por los años, este viejo periodista se inscribiría.

Suscríbete para seguir leyendo