Opinión | Observatorio

Miqui Otero

Los robots no lloran, ¿pero facturan?

Dicen los estudios que hasta un 38% del trabajo actual está en peligro por su fácil automatización y que el 57% de empresas admiten que sufrirán grandes cambios en el próximo trienio por las nuevas tecnologías

El robot cirugía Versius, expuesto en el Mobile World Congress.

El robot cirugía Versius, expuesto en el Mobile World Congress. / Manu Mitru

A los 18 años posé mi mano muy solemnemente sobre una Guía del Ocio y farfullé (estaba tomando cervezas con amigos y mi conocimiento del francés se limitaba a la tortilla francesa): Ne travaillez jamais! La cosa situacionista de «Abajo el trabajo» me la creía muy mucho, aunque poco después ya andaba vendiendo Canal+ a domicilio, haciendo inventarios del Sephora o pinchando discos en una discoteca llamada New York.

Si hoy estás leyendo una columna tonta escrita por mí, y no por una inteligencia artificial, es que esa inflamada promesa juvenil de no trabajar jamás se ha perdido como lágrimas en la lluvia.

Sin embargo, siempre hay brotes verdes y fogonazos de esperanza. Hace unos días se sabía que el experimento piloto en Reino Unido para reducir la carga de trabajo había sido un éxito. 61 compañías aplicaron la semana laboral de cuatro días entre junio y diciembre del año pasado. El estrés entre los trabajadores se redujo un 71% («chorprecha»), pero es que, además, los ingresos aumentaron. 56 de esas compañías, de hecho, han implantado la medida de forma más o menos permanente. Hasta ahora, lo de los fines de semana de tres días se levantaba a pulso con medidas voluntariosas como llamar al jueves juernes (resaca y curro el viernes).

Por otro lado, se ha celebrado el Mobile World Congress. Que el futuro no es lo que era ya lo dijo J. G. Ballard en los años 70, y crecimos con la idea de futuro sintetizada en coches voladores y robotitos japoneses que hacían el moonwalk con una bandejita en la mano, pero cuesta entender que el futuro son tipos con corbata de palmo comiendo paella.

Aun así, el congreso llegó justo cuando nos habíamos puesto a jugar todos con el Chat GPT, que tanto te da una receta, como te escribe un soneto o te dice cómo te sientes, así que es inevitable pensar en qué tipo de futuro nos depararán las inteligencias artificiales. ¿La más evidente? Si son tan listos, que trabajen ellos. Dicho en otras palabras, del mismo modo que otras revoluciones anteriores limitaron los trabajos más robóticos o alienantes, ¿podrá esta ahorrarnos incluso las tareas más creativas o complicadas?

Dicen los estudios que hasta un 38% del trabajo actual está en peligro por su fácil automatización y que el 57% de empresas admiten que sufrirán grandes cambios en el próximo trienio por las nuevas tecnologías. Esto podría sonar bien, aunque nos dice la experiencia que muchas veces el progreso simplemente acelera todo para acumular más capital en menos manos.

No sabemos, por ejemplo, si los androides tributarán (los robots no lloran, de acuerdo, ¿pero los robots facturan?... y, sobre todo, ¿tributan?) o si pagarán nuestras pensiones (¿sueñan los androides con jubilaciones eléctricas?). Tampoco si verdaderamente una sociedad entregada al trabajo podrá (desde la etapa educativa) reconvertirse en otra que pueda hacer con su tiempo lo que quiera (vivir, por ejemplo). Y, si eso se diera, de qué modo se implantarían medidas como un Ingreso Mínimo Incondicional.

Aun así, ese sería el escenario ideal. El otro, básicamente, es que la inteligencia artificial sepa rediseñarse a sí misma y acabe tratando al ser humano como lo que es (un primate sentimental y que suele tender a la idiocia). Por ejemplo, usando el arsenal nuclear porque la verdad es que le somos molestos.

El ser humano la pifió desde el principio. Vivía en un edén ajeno al dolor y al trabajo. Pero se comió el fruto de marras del árbol prohibido. Y entonces Dios le dijo a Adán lo de «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente» (Dios no se entretuvo en lo del convenio laboral y no se me escapa que el logotipo de Apple es una manzana mordida). De momento, más que con el final del trabajo, las nuevas tecnologías se han traducido en que trabajemos para Ikea montando muebles, para los bancos peleándonos con la app de caja online para hacer una transferencia o para Mercadona pagando en una caja sin cajera. Más que en el final del trabajo, en esas cosas sí que podríamos cantar que «el futuro ya está aquí».

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