Opinión

Memoria de infancia. Spielberg también

Stevel Spielberg con el reparto de ’Los Fabelman’, donde narra su infancia.

Stevel Spielberg con el reparto de ’Los Fabelman’, donde narra su infancia.

Pensar que la infancia lo determina todo es como dejarse las gafas de sol en interiores. El nacer dependientes de los demás por no venir con el cerebro formado nos hace una especie social superviviente gracias a sucesivos aprendizajes vitales (escuela, amor/amistad, trabajos, descendencia, jubilación, viudez... pandemias… etcétera., y sus variaciones individuales).

Aunque no hay edad para revisitar la propia infancia, algunas teorías psicológicas (Erik Erikson) lo asocian a una etapa avanzada donde se repasa ese periodo y otros de la vida, aceptando e integrando los acontecimientos vividos; aunque hay algunas personas que no lo consiguen y se bloquean en puro resentimiento y desesperación.

En el cine tenemos varios ejemplos de no esperar a ser una persona mayor para esa visita valiente a la infancia, por ejemplo, Carla Simón en 2017 con Estiu/Verano 1993, que por su calidad cinematográfica y temática se merecería un ¡Viva tu resiliencia!; y mucho antes el veinteañero François Truffaut que rodó en París Los cuatrocientos golpes (1959) sobre su rebeldía adolescente contra la escuela, la familia y hasta su paso por un reformatorio (qué emocionante la escena donde cumplió su sueño de ver el mar).

Otra gran película, pero cuando su autor tenía ya sesenta y pico años, fue Fanny y Alexander (1982) de Ingmar Bergman, sobre su infancia familiar con un padrastro cruel (obispo luterano). Una visión supuestamente madura, pero que Bergman contradijo en la entrevista histórica que le hizo el periodista Juan Cruz Ruiz en Estocolmo donde afirmó: Soy un niño. Ya lo dije una vez: toda mi vida creativa proviene de mi niñez. Y emocionalmente soy un crío. La razón por la que a la gente le gusta lo que hago o hacía es porque soy un niño y les hablo como un niño”. Ya Bergman había explorado esa reconstrucción en sueños de los amores juveniles desde la vejez de un profesor universitario, en la película Fresas salvajes (1957), que nos descubrió en Secundaria aquella profe inolvidable Pilar Glez.

Ahora Steven Spielberg, en la madurez de sus setenta y más años, también ha querido reconstruir finalmente su propia infancia y adolescencia con la película Los Fabelman (2022), donde nos muestra a Sammy desde los 7 hasta los 18 años en medio de una familia numerosa. Una película diáfana y ordenada, con los tempos de tensión y relajación necesarios para disfrutar su devenir sin grandes desequilibrios argumentales, ni pim pam pum para conseguir premios fáciles. La banda sonora es otra clave emocional que hilvana –por fuera y por dentro– esa estructura familiar en evolución. Una película que integra sabia y serenamente una etapa de la vida frágil y opaca, pero con sus «horizontes» de futuro adulto (para la madre también).

Ojalá los planes educativos de la zona euro no olvide, por su propia supervivencia pacífica, que las asignaturas de humanidades son un campo ideal de intercambio didáctico para un modelo positivo de convivencia avanzada, sin dejar –del temario evaluable– la historia bélica del siglo XX, para mostrar a la juventud lo que el ser humano guiado por salvapatrias psicópatas es capaz de hacer a los demás.

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