Opinión | En el camino de la historia

Fango

España empeora por segundo año consecutivo en el ranking de la corrupción

España empeora por segundo año consecutivo en el ranking de la corrupción

En el infinito escenario de la historia donde se han sufrido innumerables diluvios y catástrofes no ha dejado de chapotear el fango de la corrupción que muchas veces ha llegado hasta las rodillas de los protagonistas de la misma, los que han arrastrado al lodazal a los que nada tenían que ver con sus altos asuntos de Estado los que, sin embargo, son los mas que lo ha sufrido.

Los campos se enfangan y cuando aparecen los productores de este material invalidante, ya no están, dejan su momento a los demás a los que se les trastoca el protagonismo como si fueran los que han decidido la confusa situación que se vive, que empantana y no avanza, más bien sepulta.

El fango de la corrupción en épocas pretéritas quizás se refleje en el discurso de Julio César al acceder como dueño absoluto de la república romana en contra del dictador corrupto Lucio Cornelio Sila, al que acusó de llevar una existencia depravada y que al renunciar al cargo que había ejercido con mano dura, Julio César se burló de él diciendo que su decisión fue obligada por no conocer ni las primeras letras y que su corrupción le obligó a ser dictador de la república romana por tiempo ilimitado.

Las guerras mundiales, tanto la del 14 como la segunda entre 1939-1945, fueron un contrapunto de la sociedad occidental que puso en evidencia como al grueso de esa sociedad se le metió en los charcos que dejaron los sabios y los negociantes de la guerra (el más suculento y productivo negocio del mundo) que fueron los que regaron con miles de toneladas de fango que anegaron países cobrándose millones de vidas.

Y aquí, en el estado español, y por señalar tiempos no tan lejanos, el fangal de la corrupción se inicia con la venta de España por Fernando VII al francés Napoleón Bonaparte; continuando con la caja b o el monedero de la reina María Cristina y sus turbios negocios, que fue una de las causas que harían saltar por los aires el trono en 1868 ya con la reina Isabel II donde la pirámide de ambiciones económicas estaban estrechamente ligadas a la política que desde la base municipal culminaban en la propia reina.

Y como final de la monarquía, Alfonso XIII, donde se cantaba por el pueblo madrileño: «alirón, alirón Alfonsito es un ladrón» ya que la imagen del rey se vio salpicada por escándalos vinculados a sus turbios negocios con empresarios internacionales del juego y la hostelería y concesiones de ferrocarriles y monopolios diversos.

Y rematada con la huida de un rey por el puerto de Cartagena el 15 de abril de 1931 que se traslada desde Madrid en un flamante deportivo que solo, según las crónicas, estaba al alcance de estrellas de Hollywood, que abandonó su responsabilidad por la incapacidad de sus colaboradores y de él mismo que vivió en un mundo paralelo que se alargó en el tiempo con un país roto y camino de la guerra civil dejando dos bandos sin haber tenido ni unos ni otros responsabilidad alguna, ya que los promotores del desaguisado fueron los poderosos, los poderes ocultos y fácticos porque el soldado de alpargatas, de mochila con unas latas oxidadas de sardinas y una manta llena de remiendos se limitaba a obedecer y apretar el gatillo de un viejo fusil cuando se lo ordenaban.

Estos flashes históricos sirven de ejemplos de un lastre ciertamente comprometido donde se fue asimilando por la conciencia universal que lo acontecido en aquellos determinados momentos no se ha interrumpido sino que aparecen con nuevas caras, con diferentes gestos y prosopopeyas y con las genuflexiones de rigor, donde la culpa o la responsabilidad la eluden teniendo que soportar los lodos que ellos fabricaron y los campos yermos llenos de malas hierbas y holocaustos interminables.

Y ahora nos asustamos como si se estuviese ante una novedad que la historia nos ha tenido preparada tras bastidores para salir a escena.

Y de novedad nada de nada, la condición humana, sobre todo, la condición del político que junto con el poder económico son los que mueven el mundo y el resto de los mortales lo único que hacemos es padecer sus mediocridades y sus sinsentidos.

El lodazal de fango donde chapoteamos pretende colarse por nuestro visor para confundirnos mientras los golpes de pechos, las miradas furtivas y las confabulaciones «tras cortina» y la mentira circula por ese charquero que se ha convertido desde tiempos inmemorables la vida pública. Por supuesto que en todo entramado la inmensa mayoría de los políticos permanecen ajenos a la situación ni siquiera como protagonistas.

Quienes tienen información de todos los fangos de la historia, y estamos en uno de ellos, son los que riegan sus huertos, sus grandes heredades, con incalculables cantidades de agua corrompida donde ni la mala hierba crece, solo se percibe el fango, del cual hay que apartarse para no quedar atrapado en sus garfios de lodo.

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