Opinión | La opinión del experto

Martín Caicoya

Sobre la eficacia de las mascarillas

El virus Sars-CoV-2 ha puesto a la ciencia y la técnica contra la pared. Y a la política, obligada, como estuvo, a tomar decisiones en la incertidumbre. En el momento de más desconcierto parecía que hubiéramos vuelto a la Edad Media. Solo faltaron procesiones y máscaras. Sacaron al Ejército para fumigar las calles, como si quisiéramos acabar con las miasmas, pidieron que se usaran guantes para manejar los alimentos que era necesario lavar con lejía al llegar a casa. Medidas con poco fundamento mientras de manera desconcertante, con diferentes grados de imposición, se desaconsejó el uso de mascarillas. Política que unas semanas más tarde se revirtió, ahora con obligación de cumplimento. Entonces yo ya había escrito un artículo donde defendía el uso de mascarilla con cualquier nivel de protección, como medida de salud pública. Argumentaba que no se perseguía asegurar al usuario que con ello evitaría el contagio, que también. La idea que inspiraba mi posición era que si todos, o casi todos, la usáramos, el virus circularía menos porque los contagiados que bien podían estar aún periodo de incubación o que nunca desarrollarían la enfermedad clínica, dejarían de expulsar virus, al menos en una buena proporción. La población española, quizás alarmada por la amenaza más que sumisa a las órdenes, aceptó bastante bien esta nueva medida de aislamiento respiratorio. Creíamos que con ello habíamos contribuido a recortar la propagación del virus y el número de casos. Parece que no fue así.

Cochrane fue un médico escocés que escribió un famoso librito de gran influencia entre los que nos preocupábamos por la calidad del sistema sanitario. Su título lo dice todo: «Eficiencia, efectividad y la toma de decisiones en medicina». Y creó la fundación de su nombre que se dedica a evaluar la eficacia de las políticas e intervenciones en salud. Es una referencia por la solidez y fiabilidad de sus informes. El último día de enero publicó uno sobre la eficacia de las mascarillas y el lavado de manos en las epidemias de virus respiratorios. Reunieron 78 los ensayos clínicos, todos lo que encontraron mediante una búsqueda bibliográfica en la que son expertos. Con técnicas estadísticas, crearon un archivo compuesto por todos ellos de manera que se pudiera ver el efecto global. Examinaron la capacidad de protección de la mascarilla para evitar gripe (o similar) o el covid en 276.917 sujetos sin diagnóstico confirmado. A la mitad les habían pedido la usaran. En ellos se diagnosticó gripe en el 15,2% frente al 16% en el grupo control. En otro análisis pudieron reunir 13.919 sujetos con diagnóstico confirmado. La incidencia en los asignados al grupo de portador fue de 4% la misma que en los no portadores. Estos resultados aportan una videncia demoledora que se acrecienta cuando examinan todos los ensayos clínicos que comparan mascarilla quirúrgica o similar frente a la FP2. En los estudios realizados en el medio sanitario demuestran una cierta protección contra las enfermedades respiratorias virales (incidencia de 8,4% frente a 12%), pero no alcanza significación. En un estudio que examina la estrategia en hogares, los resultados son más desalentadores: usar FP2 frente a mascarilla quirúrgica no hace ninguna diferencia.

¿Cómo es posible que algo que parece tan bien fundado en la lógica no se confirme en la práctica? La primera respuesta es que la lógica se basa en premisas, en nuestra forma de examinar y comprender el mundo que no siempre es acertado. Pero puede haber otras, menciono las identificadas por los autores: diseño deficiente de los estudios (la calidad de casi todos ellos es más bien baja); estudios con potencia insuficiente porque se produjeron pocos casos; poca adherencia al uso de mascarillas, especialmente entre los niños; baja calidad de las mascarillas utilizadas; autocontaminación de la mascarilla con las manos; falta de protección contra la exposición de los ojos a las gotitas respiratorias, por donde pueden llegar los virus respiratorios a la nariz a través del conducto lagrimal (creo que pocos porque apenas ha habido conjuntivitis); saturación de máscaras con saliva, un material proteico que es caldo de cultivo para la supervivencia del virus, y posible comportamiento de «compensación de riesgos» un fenómeno que conduce a una sensación exagerada de seguridad

¿Qué hacer? Me cuesta mucho admitir que una barrera física que en el laboratorio se demuestra que impide, en mayor o menor grado, la propagación de micropartículas respiratorias no evite la difusión de virus. La dinámica de la epidemia nos sorprendió. La pandemia nos demostró que hay aspectos de la medicina que están poco atendidos y que no basta con estudiar la biología del virus, se precisa el apoyo de otras disciplinas que entiendan la dinámica de los gases. Se necesita entender mejor cómo circulan esas partículas mínimas en diferentes ambientes y circunstancias, incluido el aire libre. Hasta que se aclaren las muchas oscuridades, creo que lo más prudente es seguir aconsejando la protección respiratoria cuando el riesgo de infección es grande y las consecuencias graves.

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