En todas las épocas resurge la actitud crítica a las generaciones jóvenes. Esa manía de comparar a los jóvenes de hoy con los jóvenes que fuimos e intentar salir ganando como resultado final. Siempre ha sido así. Y siempre ha sido injusto. Cada época es diferente y, en cada época, los jóvenes son jóvenes. Ni mejor ni peor, son jóvenes.
Hace poco la Fundación Santa María elaboró un informe social en torno a la llamada generación cristal. Es la manera con la que a partir del año 2021 se califica, gracias a la filósofa Montserrat Nebrera, a los millennials, esos jóvenes nacidos después del año 2000. En el informe citado los mismos protagonistas reconocen que decir cristal es una valoración injusta que se acerca más al insulto que a la descripción.
Un cristal no es solo un mineral frágil. También es un material transparente. No solo podemos destacar su debilidad como característica fundamental, sino contemplar que las grandes arañas que decoran e iluminan suelen ser de cristal. Las lupas, las lentes, las gafas… Hay también cristales brindados. Difícilmente son atravesados por un disparo pretendido. Decir cristal como nota para una generación que, por primera vez desde el pasado siglo, viven con menos certezas y facilidades que sus padres, no es justo. Tal vez fueron excesivamente protegidos, pero eso no les culpabiliza a ellos, sino a sus educadores y progenitores.
Dicho esto, también es cierto que necesitamos que nos ofrezcan los valores que encierran es esa aparente debilidad citada, y que nos den testimonio de sincera transparencia. No tendrán la misma firmeza, pero no suelen ocultar sus sentimientos. Y lo expresan, y lo dicen, y lo muestran.
Los educadores no tenemos derecho a enseñar a quienes no reconocemos y por quienes no nos preocupamos procurando su bien, que así se puede definir el amor. Amar es tomarse en serio a la otra persona. Y cuando eso ocurre, la empatía no es un traje que se viste, sino una actitud espontánea que se vive. Cuando, con sinceridad, se escucha y acoge a los jóvenes, se aprende, hay enriquecimiento. Tienen aspectos en los que nos aportan y nos sugieren caminos nuevos. Pero han de ser lo que son. No anquilosarse detrás de la vulgaridad, sino ir más allá de lo esperado.
El Papa Francisco les pidió en Brasil a los jóvenes que se atrevieran a armar lío, que se atreviesen a soñar. Y esta sociedad en la que convivimos apaga los sueños con mucha facilidad. Y en el cristal se encierra la simbología de la transparencia y la clarividencia. Y es muy liante sacar a la superficie las oscuridades y las maldades ocultas cargadas de frío realismo.
Si algo tengo que pedirles a las nuevas generaciones es que no se dejen contagiar de los temores enfermizos por el qué dirán o por lo políticamente correcto. Eso no viene en frascos de cristal, sino enlatado en oxidadas ideologías. Soñar en grande y pensar muy hondo. Imaginar que la sociedad puede ser diferente, es su tarea.