Opinión | Un carrusel vacío

Marina Casado

Libros decorativos

Libros decorativos

Libros decorativos

Decía Andy Warhol hace unas décadas que, en el futuro, todo el mundo tendría sus quince minutos de fama. Sin ser consciente, estaba dando la clave para comprender el funcionamiento de las actuales redes sociales. La semana pasada, fui «influencer» en Twitter por unos días. Es difícil no sorprenderse cuando una inocente reflexión –bastante más mediocre que otras muchas que pueda hacer en esta misma red– se «viraliza» en cuestión de horas y, de repente, millones de personas la visualizan, la comparten, aportan su opinión…

El tuit, concretamente, expresaba mi desconcierto ante el hecho de que una «influencer» –una de verdad, no como yo– hubiera pedido consejo en su perfil de Instagram para saber dónde podía comprar «libros decorativos» para un mueble de su mansión. Sí, libros decorativos. De esos que no tienen ni páginas. A mí me fascinó porque experimento una situación muy distinta, en la que ya no me caben los libros en casa. O sea, que no puedo aspirar al minimalismo decorativo porque mi salón y mi dormitorio parecen las dependencias de la Biblioteca de Alejandría. Y hay casos muchísimo peores que el mío; conozco gente a la que ya no le caben los libros en las estanterías y vive rodeada de montañas que ascienden desde el suelo. Es habitual entre filólogos, escritores, investigadores en general…

No creo que eso nos haga mejores personas. De hecho, nos convierte en personas desordenadas –el orden se convierte en una utopía en estas circunstancias–. Como expresaban muchos de mis «haters» por Twitter, leer no te da ninguna superioridad moral y el concepto de «libros decorativos» es más viejo que el sol y la gente incluso encarga librerías «por metros». Lo sé, lo sé: ¿qué sería de los decorados de películas u obras de teatro, de las tiendas de decoración…? Sinceramente, me parece más inquietante que alguien se interese por ellos… para su propia casa. Si leer no te concede superioridad moral, ¿por qué decorar tu hogar con libros sin páginas? ¿Para mostrar al mundo que lees? ¿Porque los libros son bonitos? Creo que todo es cuestión de pose. De «postureo», como lo llaman ahora.

Yo no tengo ningún apuro en reconocer que detesto profundamente el deporte. Lo de los libros decorativos me parece similar a una hipotética situación en la que me dedicara a colgar pesas por las paredes de mi salón y hacerme fotos delante de máquinas de ejercicio que no uso. ¿Cuán ridículo resultaría? Sin embargo, también admito que el deporte es necesario para la salud y eso me empuja a practicarlo, en la medida de mis posibilidades y de mi voluntad. Del mismo modo, leer es necesario para cultivar la mente. Y sí creo que leer te hace mejor persona. Te puede gustar más o menos, pero aumenta tu capacidad crítica y tu conocimiento del mundo, te muestra que existe un abanico de pensamientos distintos al tuyo, de universos posibles. Por ello, igual que yo me esfuerzo por practicar bicicleta elíptica mientras veo series –si no, me aburriría muchísimo–, considero que estos «influencers» no perderían nada por comprar libros de verdad para decorar su mueble, porque, quién sabe, quizá algún día se sientan tentados de abrirlos.

Lo más inteligente sería perseguir un equilibrio entre el cultivo de la mente y del cuerpo. Sin olvidar nuestra faceta social, porque somos criaturas sociables por naturaleza y hay que dedicar también una parte de nuestro tiempo a relacionarnos con los demás. Nada de misantropía. Pero, al fin y al cabo, yo no soy nadie para impartir lecciones morales y mi opinión no va a sentar cátedra. Sin embargo, los «influencers» sí deberían tener una cierta responsabilidad, porque son los referentes de muchísima gente. Y si esta muchacha, en lugar de preguntar por libros decorativos, se hubiera ido a una librería de viejo y hubiera hecho feliz al librero, nos habría dado un ejemplo muy bonito, aunque después no hubiese abierto los libros. No se imagina lo cuco que queda un libro vintage en la estantería…

He pensado tanto en Andy Warhol estos días. En el carácter efímero de la fama y en nuestro papel en una sociedad volátil en la que los mayores referentes ideológicos son personas corrientes que, como yo, un día tuvieron un golpe de suerte y se «viralizaron» y, al contrario que yo, supieron o quisieron aprovechar la oportunidad. Poetas superficiales, deportistas que tratan de convencernos de que «nuestra mejor versión» es aquella en la que poseamos un cuerpo perfecto, no solo un cuerpo sano. Ideólogos contradictorios, políticos populistas… ¿Cuántas de estas personas trascenderán? Probablemente, todos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…

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