Opinión

Juan Jesús González

De Hoya del Dinero a las tierras balutas

A finales del siglo pasado el Cabildo de Tenerife adquirió a la familia Tabares de Nava una propiedad de unas decenas de miles de metros cuadrados ubicada en las proximidades del Lomo Las Tose (Fasnia) al objeto de localizar allí un vivero adaptado a la aridez y al viento, puesto que los de Aguamansa y La Laguna no daban respuesta a la necesaria adaptación de especies a las condiciones del Sur y Sureste de la isla de Tenerife.

En este sentido, sin duda hoy día se ven resultados en zonas ajardinadas de la TF-1 a la altura de San Isidro o Candelaria con las plantaciones de balos en la mediana o laterales de la vía, con un nivel de éxito desconocido hasta el momento. Buena parte de la repoblación de sombra, pinos y cedros con la que se repobló buena parte del Sureste salió también de esos viveros adaptados.

Esa propiedad, que en la escritura pública elevada al efecto de esa compra reza con el nombre de «Hoya del Dinero», no sólo se ocupó de la recuperación de especies con mayor o menor nivel de protección y riesgo de extinción como la piña de mar, sino que, dadas sus inmejorables características agrológicas –con presencia de tierra fértil e incluso invernaderos de plátanos con 50.000 kilos reconocidos con derecho a ayudas europeas– se consideró darle un enfoque social para la producción de comida en forma de aguacates, papayas, papas y diversos cultivos de hortalizas.

A tal fin, al igual que se hizo en su momento en el vertedero de Arico, se contó con el compromiso del área social del Cabildo a través de la Sociedad Insular para la Promoción de las Personas con Discapacidad (Sinpromi) que llegó a tener en la finca –dirigidos y organizados por agricultores de la zona– entre cinco y seis jóvenes con dificultades para la integración laboral. Ellos obtenían su salario, su experiencia y capacitación laboral dentro del sector primario con un nivel de éxito y compromiso de destacar.

Hablamos de hasta 35.000 metros cultivados –de los cerca de 60.000 de la propiedad que incluían la mayor represa de Fasnia escavada en tosca– con los que se pretendía también dar suministro de comida de calidad a entidades pertenecientes a Sinpromi que, hoy en día, se encuentran en el más absoluto abandono y con instalaciones como el invernadero de plátanos convertidos en una auténtica ruina. Toda la parte agrícola y el compromiso social de estas instalaciones públicas ha desaparecido por completo y no parece que exista ni la más mínima intención de volver a darle el valor que en su momento se le intentó dar, con objetivos didácticos y fines sociales más que evidentes.

Entre los objetivos de las encomiendas que el Cabildo realizó a la empresa pública Sinpromi para atender esta finca, encontramos la de realizar un cultivo ecológico experimental, la mejora de cultivares autóctonos para la recuperación e implantación de los más seleccionados y más tradicionales y la utilización de técnicas de cultivo experimentales. Asimismo, se permitía la visita pública a técnicos, expertos, colegios para que conociesen la labor que realizaban.

Los trabajos consistían, entre otros, en la preparación de canteros y de sustrato, siembra de cultivares, etiquetado, escarda y repicado, otros cuidados culturales, carga de planta para transporte, recolección, ensayos y pruebas, entre otros. Es decir, se trató de un compromiso del que debemos sentirnos orgullosos, ya que se demostró que es posible y viable esa colaboración entre áreas diversas que tenían que ver con la integración laboral, con el aspecto formativo, con la valorización del sector primario, con la producción de alimentos y con el medio ambiente.

No cabe duda de que duele ver que todo ese esfuerzo y toda esa inversión pública haya quedado relegada sólo a los aspectos de recuperación de algunas especies –no se trata de minusvalorarlo porque de hecho fue uno de los objetivos principales– mientras la inmensa mayoría de la propiedad, en la parte antaño cultivada, está hoy abandonada.

No solo se trata del estado de abandono de las fincas propiedad del Cabildo de Tenerife, sino que es una realidad extendida y lamentable que incluso representa un mal ejemplo de cara a las imprescindibles políticas de prevención en materia de incendios forestales, especialmente en las inmediaciones de núcleos habitados de nuestras medianías en las que, obviamente, el Cabildo debía ser especialmente cuidadoso y ejemplar.

Estamos en un momento en el que nos venden la economía circular y el kilómetro cero como ejes de un modelo de desarrollo que, sin embargo, da la espalda al campo y mira más hacia los circuitos de alta velocidad. Encontramos una realidad en la que nuestros hoteleros se ven incapaces de ofrecer los productos locales y ecológicos cada vez más demandados por un turismo, el de calidad, cada vez más exigente en estos aspectos que tiene que ver con la alimentación y la salud y a la revalorización de lo rural. Es decir, hemos pasado de la Hoya del Dinero a las tierras balutas. Esa es la triste conclusión. Por lo tanto, es necesario valorar y proteger de forma adecuada nuestra tierra si queremos tener un futuro mejor.

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