Opinión | retiro lo escrito

Peligro nazi

Santa Cruz presume de disfraces  en su coso apoteósis del Carnaval |  MARÍA PISACA

Santa Cruz presume de disfraces en su coso apoteósis del Carnaval | MARÍA PISACA / Humberto Gonar / Fotos: María Pisaca

Una señal muy anecdótica pero inequívoca de la idiotización moral que nos asfixia puede detectarse en nuestra membrana chicharrera: desde hace algún tiempo alguien descubre cada año que un grupo de señores se disfraza de nazis en los carnavales de Santa Cruz. El descubrimiento genera siempre una intranquilidad que en cuestión de segundos conduce a la indignación y nada tan divertido que un progre que exalta la ruptura de las reglas y el sano libertinaje chille si ve a alguien disfrazado de oficial de las SS bailando Enamoradito estoy de ti. Este año además este eterno retorno ha sido alimentado por un periódico digital que publicó la foto de la concejal Evelyn Alonso con el susodicho grupo de nacionalsocialistas de guasa bajo un titular hilarante: «La concejal tránsfuga de Santa Cruz luce distintivos nazis en el Carnaval de la Ciudad». Es un titular que se desnuda y refuta a sí mismo. Si Alonso aparece con una esvástica en la frente en un pleno municipal la cosa sería preocupante. Pero es que está en medio del carnaval, como el mismo titular indica, y un grupo disfrazado le ha prestado una gorra de plato para hacerse una foto. Un poco más tarde se publica en las redes sociales una imagen de la exacaldesa Patricia Hernández muy sonriente y solícita con el mismo grupo.

Toda esto es una agotadora huevonada. Alonso y Hernández pueden hacerse las fotos que quieran en las calles encarnavaladas de Santa Cruz, como hacen miles de participantes en las fiestas. No son nazis: son unos señores que se disfrazan de nazis. No reparten por esquinas meadas versiones resumidas del Mein Kampf, no desfilan al paso de la oca, no levantan el brazo para pedir un cubalibre, que en nuestros kioscos tiende a ser un albacetesometido. Participan en el carnaval chicharrero hace veinte años, quizás más, y por supuesto jamás han provocado ningún altercado público. Como son caballeros de cierta edad cada vez salen menos. Este año he escuchado por parte de algún gilipollas, incluso, que para ser tolerables deberían evidenciar su voluntad de burla, de parodia, de desidentificación con el disfraz. Es realmente sorprendente. No solo te dicen de lo que puedes o no disfrazarte, sino que te explican la relación correcta –intelectual y emocionalmente– que debes mantener con su disfraz, con tu peluca o con tu máscara. Alguien en Twitter –un amigo inteligente pero algo despistado– proponía informar de esta enormidad a la Embajada de Israel en España.

Me parece que ya es más que suficiente. Sinceramente pienso que urge que los carnavales de Santa Cruz se renueven con nuevas ideas y propuestas más allá de las ceremonias y rituales consagrados y a veces desgastados. Por supuesto, una fiesta como el Carnaval es una liturgia, es decir, debe parecerse a sí misma, pero eso no excluye explorar novedades. Pero espero que el cambio no llegue de la mano de la cancelación política o ideológica de disfraces o costumbres festivas. Cancelas que uno se pueda poner un disfraz de nazi o de chequista bolchevique, por ejemplo. Si emprendemos esa carrera demencial todo el carnaval debería ser prohibido, incluidos sus grandes personajes. ¿Y las molestias que en los amigos de la Revolución Cubana puede ocasionar nuestro disfrazado de Fidel Castro? ¿Y la perpetuación de los más tristes clichés machistas y caciquiles que puede esconderse tras el disfraz de la lecherita o el insulto a los animalistas que suponía la cerdita Peggy en paz descanse? ¿Y las pibas que se visten de enfermeras cosificándose vulgarmente o los hetero que se visten de mujer ridiculizándolas o caricaturizando la feminidad gay? Por suerte el carnaval del Chicharro –la fiesta, no el oficialismo de tronos y concursos– disuelve todas estas majaderías en una sola noche eterna que dura ya cerca de medio siglo.

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