Opinión

La columna vertebral de Santa Cruz

Murga Trapaseros

Murga Trapaseros / Andrés Gutiérrez

La cigüeñita pudo haberme soltado en cualquier otro lugar, pero aquel día del mes de marzo sobrevoló Santa Cruz de Tenerife, la ciudad más maravillosa del planeta, y allí me dejó. Será por eso que respiro carnaval casi todo el año y que me duelen profundamente las infames fotografías que muestran toneladas de porquería después de los días grandes de la fiesta. O el vídeo aislado de una pelea entre dos o tres que se enzarzaron vete a saber por qué. En efecto, hay que vallar monumentos, jardines y edificios oficiales, y en cada esquina hay que ubicar un urinario portátil, pero es injusto que se entregue un altavoz a la misma persona que se queja del carnaval, cuando no de los adoquines del centro o de las terrazas de las cafeterías y se hable de «los vecinos de Santa Cruz».

No, esa persona no habla en nombre de Santa Cruz de Tenerife. Ella habla de sí misma y sus quejas son exclusivamente suyas. Una vecina que de verdad ama a su ciudad no sale a las siete de la mañana cámara en ristre, cuando la música ya se ha apagado, a retratar bolsas de basura. Lo que no se cuenta es que hay un operativo magnífico y perfectamente coordinado, que a las ocho de la mañana ya tiene las calles impecables, desinfectadas y con olor a limpio. Es mucho lo que debemos a esos hombres y mujeres que tanto y tan bien trabajan para que la ciudad vuelva a lucir razonablemente limpia unas horas después. Y le hablo de las medidas para controlar el ruido y cómo a determinada hora se termina la música en la calle. Le hablo de la magnífica labor del Hospital del Carnaval que se instala cada edición en los alrededores del Cuartel de San Carlos, y de los 1.500 agentes de los distintos cuerpos de seguridad que se despliegan coordinadamente para garantizar que podemos disfrutar de una fiesta segura. Unas cuantas riñas jamás pueden condicionar el comportamiento cívico de los millones de carnavaleros que nos juntamos durante la semana grande de nuestra capital.

Defendamos lo que es nuestro y hablemos bien de la columna vertebral de esta capital atlántica, que lleva en el centro de la ciudad desde antes de que naciera ninguno de nosotros. Yo vivo en pleno centro, y para mí es un privilegio poder escuchar a Trapaseros y Diablos Locos debajo de mi ventana mientras le doy los últimos retoques a mi disfraz, o asomarme y ver a la murguita infantil dándole al bombo de camino a la plaza de España. El año pasado, en el carnaval de verano, fui testigo de uno de los primeros pasacalles de la comparsa Abenaura, que lucha por sacar adelante un nuevo proyecto con toda su ilusión.

Dar esta exagerada visibilidad a quienes destruyen la imagen de nuestra seña de identidad es tirar piedras contra nuestro tejado. Debemos recordar que nuestro carnaval hunde sus raíces en el Siglo XVI, y se celebra de forma ininterrumpida desde entonces. Fue el único del país que logró eludir la prohibición durante las distintas dictaduras y fue declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional en 1980. Con la democracia, los chicharreros hemos inspirado los carnavales de toda España y hasta constamos en el Libro Guinness de los Récords, como artífices del mayor baile de carnaval al aire libre y hasta tiene una canción con su nombre.

El carnaval de Santa Cruz existe porque miles de vecinos y vecinas de toda la isla quieren participar en agrupaciones, rondallas, murgas y comparsas, que maman carnaval desde que nacen, por la artesanía y el lujo que se destila en cada una de las fantasías de nuestras reinas, imitadas cuando no directamente copiadas en los lugares más insospechados del país, con patrocinadores, desde una humilde asociación de vecinos hasta un centro comercial, pasando por EL DÍA – La Opinión de Tenerife, que ponen su dinero para que todo esto salga adelante. Y existe, sobre todo, porque nosotros, grandes y chicos, salimos a disfrutar . El que lleva meses confeccionando su disfraz o el que, como yo, se lanza el vestido de lentejuelas y la peluca, se embadurna de purpurina y tira «pa’ fuera, pa’ la calle».

Sacar la fiesta del centro sería matar a nuestro carnaval, significaría que centenares de pequeñas y medianas empresas perdieran su mayor fuente anual de ingresos y dañaría irremediablemente a nuestro sector turístico. No nos lo podemos permitir. Por si hay dudas, recuerden el artículo 50 de la Ley 7/2011, de 5 de abril, de actividades clasificadas y espectáculos públicos, que sujeta a un régimen especial la celebración de estos eventos en vía pública con las adecuadas medidas correctoras, referidas en particular a la seguridad ciudadana y a la compatibilidad del ocio con el descanso y el uso del dominio público. Respetemos nuestras tradiciones y sigamos construyendo un Santa Cruz para vivir y soñar.

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