Opinión | EL RECORTE
Un reglamento mordaza
El Parlamento canario quiere aprobar un reglamento a través del cual a los diputados se les podrá multar si no guardan el debido decoro. El problema está en la definición de ese comportamiento y en el poder que se le está dando a un órgano arbitral que puede pasar a convertirse en un tribunal de la Inquisición política: el que decide qué es decoro es quien puede cerrarle el pico al loro.
Los diputados son inviolables en el ejercicio de su libertad de expresión. Y ese es un principio esencial del parlamentarismo moderno. Establecer límites o recortes a esa libertad de expresión supone eliminar la libertad. Como decía un legislador norteamericano sobre la prensa, uno tiene que elegir: si quieres prensa libre tienes que asumir que alguno, alguna vez, va a ser irresponsable. Pero si quieres prensa responsable, y estableces leyes y normas para que lo sea, entonces tienes que asumir que ya no será libre.
El problema de las leyes mordaza –o de los reglamentos bozal– es quién determina qué es lo que se puede decir y qué no. ¿Qué es un comportamiento indecoroso o insultante? ¿Es un insulto que Pablo Iglesias haya aludido al pasado de cal viva de Felipe González y el GAL o es una simple puya política? ¿Es indecoroso que una diputada del PP haya dicho que el Gobierno de Sánchez gobierna con el apoyo de los filoetarras, aludiendo a la gente de Bildu? ¿Es un insulto llamar franquistas –que es delictivo– a los del PP? ¿O fascistas a los de Vox? ¿O perroflautas estalinistas a los de Podemos? Resulta complicado establecer si una frase es un ácido calificativo o un insulto inaceptable. Y seguramente la interpretación varía según a quien le toque juzgar. No es lo mismo ser el insultado o que el insultante.
La censura se podría extender al decoro en la indumentaria; con reglas de vestimenta estricta Alberto Rodríguez jamás habría entrado en el Congreso de donde luego le echaron de forma poco decorosa. Y a Luis Campos le habrían expulsado del Parlamento canario. Pero hay gente que va peor vestida por dentro. Y otras que tienen desnudo el cerebro. ¿Hasta dónde llegarán las normas? ¿Será indecorosa la estupidez? ¿Está amenazada la política canaria?
Los políticos creen que eso que llaman violencia verbal se arregla con normas. Pero no es así. Se corrige con educación, con tolerancia y con inteligencia. Tres bienes que en nuestra sociedad contemporánea escasean como el telurio. Es verdad que los parlamentos deberían dar ejemplo. Pero los diputados, al fin y al cabo, son hijos de la sociedad en que viven. Y si la gente se insulta por la calle o se da trompadas en los partidos de fútbol de sus hijos ¿qué podemos esperar?
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