Opinión | Gentes y asuntos

Fútbol es fútbol

Alex Sandro, Bremer y Szczesny, en el Juventus v Atalanta del pasado domingo.

Alex Sandro, Bremer y Szczesny, en el Juventus v Atalanta del pasado domingo. / Reuters

La frase de Vujadin Boskov comprende las luces y sombras, intereses e ilusiones, glorias y servidumbres de una actividad que mueve multitudes en los cinco continentes por encima de razas, ideologías y credos. No incluía, como advirtió el entrenador serbio, la picaresca ni la trampa, la vulneración de las reglas, ni la compra de voluntades. Con ese código elemental y con la honradez que, en principio, se le supone a los actores de esta práctica –que desde su creación en 1863 no ha parado de conquistar adeptos– «el fútbol tiene un espléndido futuro».

En el primer aniversario de la infame invasión de Ucrania, España le disputa las portadas de la prensa y el tiempo de los medios audiovisuales con un escándalo con escasos precedentes contrastados. (Sólo el Mobigate que supuso castigos ejemplares para la Juventus y el Inter). En el imaginario nacional, existieron, y existen, fundadas sospechas de corruptelas y golfadas arbitrales que, en ningún caso, se investigaron ni se investigan por las entidades responsables.

Recordamos hoy, de modo panorámico las circunstancias de un hecho probado, incuestionable e incluso reconocido por algunos responsables de parte; eso sí, con cuentagotas y la boca chica. Se concreta el affaire en el pago de más de siete millones de euros por el Fútbol Club Barcelona al entonces vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros –Enríquez Negreira– por supuestos servicios de asesoramiento desde 2001 hasta 2018, año en el que cesó en su cargo. Según el club y el trencillas con galones, los altos emolumentos eran para garantizar «la neutralidad arbitral»... ¡Manda huevos, pagar por la neutralidad de un juez deportivo!

Desde que estalló el caliente Barçagate, las noticias de parte y las indagaciones periodísticas revelan un delito juzgable y una chapuza continuada durante las presidencias de Joan Gaspart, Enric Reyna. Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep María Bartomeu, y las tres comisiones gestoras que dirigieron el club entre los seis mandatos. El último (Bartomeu) reconoció el hecho y declaró que suspendió el contrato que, curiosamente, su sucesor (Laporta en su primera etapa, en 2003) había cuatriplicado en su cuantía. El objeto de éste era la redacción de informes técnicos, un trabajo de diecisiete años del que no vio prueba alguna.

Laporta, popular por su suficiencia repipi y sus ingeniosas palancas, no entró –ni entra– en harina, se apresuró a soltar –genio y figura– una velada alusión al centralismo como responsable de un problema fantasma y «la casualidad de la difusión de estas noticias cuando el equipo iba tan bien». Con las evidencias documentales –incluidas las amenazas escritas del propio Negreira reclamando pagos pendientes– los personajes relacionados con el caso o lo niegan o defienden la necesidad de los servicios del segundo jefe de los árbitros en un periodo de éxitos deportivos del equipo catalán, en el que, por ejemplo, apenas se le señalaron penas máximas ni expulsiones, según la hemerografía de la época.

Las evidencias en declaraciones y nuevos documentos agravan por días la situación y ponen peso en las sospechas constantes sobre el colectivo arbitral –el peor de Europa, sin duda– y sobre sus dirigentes antiguos y actuales. No es de recibo que Sánchez Arminio, superior único de Negreira, se asombre y reniegue de su inseparable amigo; ni que Medina Cantalejo, actual titular, aísle el asunto y mire para otro lado... De otra parte, el cuestionado paisano Hernández Hernández –con currículo lleno de sospechas y agujeros y que no se recata de proclamar su simpatía culé– admite conversaciones con el responsable de la larga corrupción y recuerda que fue Negreira quien le anunció su fulgurante acceso a la primera división. Sería conveniente y oportuno revisar la videoteca para comprobar si hubo intercambio de favores. Con sus palabras se desmiente la supuesta falta de funciones dentro del arbitraje del número dos en el escalafón (lo dicen sus compañeros de largo recorrido) y, a la vez, accionista único de una empresa con un cliente único también –el F.C. Barcelona– y extrañamente generoso, y que cerró sus actividades cuando cesó en su cargo en 2018.

Extraña, muy extraña, la tibieza de la Federación –quieren vestirla de prudencia– y de la Liga en esta desvergüenza. Ambas esperan que sean otros los que se mojen y esperan con declaraciones decepcionantes y contradictorias. En la primera, la RFEF, un tuercebotas ambicioso que fue, nadie debe olvidarlo, el delfín de Ángel María Villar, actualmente en libertad bajo fianza. Rubiales no entra en los grandes ni pequeños problemas pero si en los negocios paralelos; ahí está la sospechosa venta de la Supercopa española a Arabia Saudí y las comisiones millonarias a la empresa de un jugador entonces en activo, el sobrado Piqué, en un sainete maloliente que tiene dos protagonistas estelares: Rubi y Geri, o Geri y Rubi que tanto monta. Por parte de en la Liga, el ronco y locuaz Tebas va al son del viento y, primero, se apresuró a anunciar la prescripción del posible delito, según la coja y vigente Ley del Deporte; luego advirtió de posibles sanciones derivados de la actuación penal; y, más tarde, en un giro copernicano vio al equipo catalán como «víctima». El abogado costarricense sólo muñe para asegurarse el sillón remunerado con insultante largueza, para firmar convenios de riesgo con patrocinadores buitres aunque hipoteque el futuro de los clubes a medio y largo plazo; para pastelear sin recato con las reglas de su organización, según quien se lo pida, y a alinearse y distanciarse por etapas del esloveno Ceferin, presidente de la UEFA y agente declarado del dinero árabe, del que también se espera alguna decisión justa y coherente que justifique su cargo.

Mientras actúan la hacienda y justicia, es lógico pedir la intervención, incluso como gesto moral, de todas las instituciones mentadas y de sus aprovechados dirigentes. El execrable episodio daña a una entidad histórica, a sus socios y millones de aficionados repartidos por el mundo y tiene que ser investigado hasta el fondo, sancionado de acuerdo con la legalidad o exculpado si, como dicen ciertos pertinaces laportistas, «es otra maniobra del centralismo». Ahora mismo el terrible desafuero se agrava por días y se critica con toda la razón y la lógica dureza en los cuatro cascos del planeta, porque esto no es fútbol.

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