Opinión

José María de Loma

Bolígrafos

El bolígrafo es la arteria que conecta nuestro cerebro con el folio. La estilográfica es el pariente con esmoquin del bolígrafo. El lápiz es el primo hippy y bohemio, tranquilón, sin tinta en las venas. El bolígrafo hace de bisturí si tiene que escribir un diagnóstico pero es batuta en manos del director de orquesta. El bolígrafo con el que se firma un tratado de paz se retira a descansar para siempre, como un glorioso y viejo general mutilado en gran batalla. El elegante que nos regalaron una vez es bolígrafo, el que compramos en la papelería por una urgencia es boli. Al boli y al bolígrafo le ha salido la competencia feroz: los blocs de notas de los móviles. No hay color. Bueno, sí, sí hay, depende del que elijamos. El escritor que firma libros reparte afectos con el móvil. Dónde habrá de ir toda esa tinta del bolígrafo que llevamos ahora en la americana. En el colegio, te sentías superior al empuñar un boli rojo. El raro de la clase escribía con boli verde, los convencionales con el azul y los tímidos con el negro. Esto puede usted rebatirlo: la verdad tiene colores. Las manchas de boli no se quitan, decían las madres, volviendo al rato con la camiseta blanca impoluta. No era esa la única magia que hacían pero es ahora cuando la valoramos. Son recuerdos en blanco y negro.

Guardamos el autógrafo de un ídolo que ya es olvido pero no guardamos el bolígrafo con el que nos lo firmó, que tal vez luego fuera empleado en prosaicas labores como firmar un contrato. La pluma (de ave) es el antepasado del bolígrafo. Qué habría sido de Lope de Vega, y de nosotros, si hubiera tenido bolígrafos en su época. El fénix de los ingenios dejó cientos de comedias y obras, que habrían sido escritas más rápido con un boli. En un artículo como este no puedes dejarte nada en el tintero. Los bolis son perecederos y habrá un cielo de los bolis y un cementerio de los bolis. Pero las plumas modernas no mueren porque pueden recibir transfusiones de tinta. Los bolígrafos están todos delgados porque gastan fuerzas pero no comen. Hay bolis, y lápices, que prefieren para descansar la oreja de un carpintero. Otros se tumban en una mesa y a los menos afortunados los tienen de pie en un vaso lapicero. En el mundo de los bolis a los pequeños se les asusta diciendo que viene el chupatintas. «Déjame el lápiz» es tal vez la primera gran interacción social que hace un niño. Nuestro carácter se forjá ahí, dejándolo o no, pidéndolo o no. El rotulador es el pariente bruto del bolígrafo: poco trazo fino. No hay más tinta que la que arde. El boli de un poeta se resiste a escribir prosa y hace ripios redactando la lista de la compra. Libreta y boli, idilio eterno. No todas las palabras se las lleva el viento.

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