Opinión

Wladimiro Rodríguez Brito / Juan Jesús González

El Cabildo de Tenerife y las tierras balutas: el caso de Casa Grande

El presidente del Cabildo de Tenerife, Pedro Martín.

El presidente del Cabildo de Tenerife, Pedro Martín. / E. D.

El mayor terrateniente de tierras balutas de Tenerife hoy en día es, probablemente, la principal institución pública de la isla: el Cabildo. No sólo nos encontramos con importantes fincas públicas semiabandonadas en La Laguna, Los Realejos o Garachico, sino con casos más sangrantes como la finca de Boquín en Icod, Araya en Candelaria o la de Fasnia. En ellas, jóvenes con distintas dificultades encontraban antes un espacio de formación entre plataneras, invernaderos y huertas de hortalizas que hoy están completamente abandonadas y que en su día producían comida.

En todos los casos se trata de la viva imagen de la carencia de una política agraria complementaria del sector servicios que sea acorde con los planteamientos encaminados a limitar la huella de carbono, el kilómetro cero y la economía circular.

No olvidemos que hace unos años el Cabildo se preocupó y se ocupó de los temas agroganaderos con bodegas comarcales, defensa de las variedades de papas locales, instalaciones de frío como es el caso de Benijos, un plan de balsas, depuración y aprovechamiento de aguas residuales -desde el área Metropolitana hasta Las Galletas-, y el apoyo a cooperativas agrícolas. Todo eso se ha paralizado y hay que retomarlo de forma urgente.

En este contexto fue cuando en la primera década de este siglo, el Cabildo de Tenerife hizo frente a la compra de una importante finca de 100.000 metros cuadrados en una de las zonas más húmedas y productivas de Tenerife, esto es, en los altos de San Juan de la Rambla, con la intención de restaurar y favorecer una economía complementaria a la del turismo mediante la recuperación y valorización de la actividad agropecuaria.

La finca de Casa Grande, en el barrio de Las Rosas, pretendía ser una referencia positiva al objeto de acercar a nuestros jóvenes a la actividad agroganadera. Hay que decir que se creó en San Juan de La Rambla un centro de formación profesional vinculado con las actividades agroforestales, siendo una referencia hoy día en la formación y en la inserción laboral.

La finca de Casa Grande, humedecida a lo largo del año por el alisio, reúne condiciones óptimas tanto para la producción de forrajes como de otros cultivos de secano. Históricamente dicha finca fue emporio en actividades agrarias y ganaderas en las medianías de Tenerife. De ahí el interés en que una institución pública intentara utilizarla como referencia y no sólo en el aspecto productivo sino, de alguna manera, como forma de dignificar social y económicamente una actividad históricamente maltratada como el pastoreo, ya que a esos campesinos los habíamos echado del monte, dejándolos relegados a barrancos y acantilados costeros. ¡Ni en los cortafuegos los dejamos entrar hoy día!

En ese marco, en la citada finca, comenzamos con instalaciones relacionadas con la ganadería, donde se incluían equipos de ordeño y mejora de naves para el ganado. ¿Cómo es posible que en el reciente acto de inauguración se obviara por completo la finalidad u objetivo último de esa adquisición que no pretendía únicamente la restauración del inmueble principal rodeado ahora de tierras balutas, con riesgo incluso de favorecer incendios en una zona de alto riesgo?

Debemos mirar para lo local, pero sin perder de perspectiva lo mundial y lo que está ocurriendo en Chile estas últimas semanas o las auténticas catástrofes de California o Portugal, donde han llegado a arder árboles milenarios en los últimos años, independientemente de las desgracias humanas y económicas producidas por los incendios, lo que puede suceder en Tenerife.

Esto debe hacernos reflexionar y más en un año especialmente lluvioso como el actual. Estamos sentados sobre un auténtico barril de pólvora -las tierras y fincas abandonadas- y el riesgo que ello representa para nuestras medianías fundamentalmente. La práctica desaparición de la actividad ganadera junto con el abandono de las tierras de cultivo, queramos o no, suponen un grave riesgo.

No podemos dar la espalda a una realidad acuciante que tiene que ver con la necesidad de unos mínimos de soberanía alimentaria -véase el precio de la cesta de la compra y la situación en Ucrania- que nos vuelve a poner de manifiesto el riesgo de un modelo tan dependiente del exterior, tanto políticamente como ambientalmente, dada la brutal dependencia del petróleo incluso ya para la producción de recursos básicos y críticos como la propia agua que consumimos.

Siendo eso preocupante, lo es más el alejamiento progresivo, pero implacable, de nuestra juventud de la cultura agraria y la relación con el medio, llamando progreso a un modelo de vida cada vez más separado de nuestra historia y de nuestra naturaleza. Nuestro futuro empieza por favorecer la incorporación de los jóvenes a las actividades del sector primario, con salarios dignos y adecuados que les permitan desarrollar su vida y con una labor que implica también la reducción del riesgo de incendios forestales y de la dependencia del exterior. Empecemos ya porque mañana será tarde.

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