Opinión | EN EL CAMINO DE LA HISTORIA

El triunfo de la insignificancia

Existe pues una desnaturalización de la ideología de las organizaciones políticas que desempeñaron en su momento verdaderos avances sociales

La bancada del PSOE en el Congreso.

La bancada del PSOE en el Congreso. / Gabriel Luengas

La política sin mirar hacia atrás al tratado aristotélico sobre la cuestión, sí que podemos corroborar era una de las funciones mas importantes del ser humano y que para subirse al podium de la política se necesitaban una serie de condiciones que eran imprescindibles para que la ciudad fuera gobernada con tino y sabiduría y que los ciudadanos se sintieran plenamente satisfechos de sus acciones.

Pero andando el tiempo se llegan a unas conclusiones ciertamente desastrosas que acompañan a la gran mayoría que optan al poder y se puede considerar, abarcando el escenario de las políticas occidentales y mas concretamente en la que nos corresponde como parte de ese mundo, que lo que abunda es la superficialidad, incoherencia, esterilidad de las ideas y versatilidad de las actitudes.

Desde hace siglos una de las características de los países occidentales ha sido la existencia de una dinámica sociopolítica donde emergieron continuamente corrientes y movimientos que pretendieron tomar las riendas de la sociedad proponiendo modificaciones esenciales de sus instituciones políticas, siempre derivadas o ligadas a sistemas donde la ideología era predominante. Sin embargo, esos movimientos ideológicos han desaparecido porque los partidos y organizaciones políticas se han trasformado en máquinas burocráticas que se han vuelto incapaces de movilizar a ciudadanos desmotivados ya que esos mismos partidos han muerto de inanición ideológica y disimulan su enquistamiento con «la nueva teoría» o «la nueva política».

Existe pues una desnaturalización de la ideología de las organizaciones políticas que desempeñaron en su momento verdaderos avances sociales porque la predominante era fuerte hasta confundirse con la revolución, que estaba actuando en ese momento o se encontraba «pendiente» como preconizaba Trotski. Se hablaba de izquierda y derecha con convicciones y fundamentos por cada una de sus partes siempre con la idea de trasformar la sociedad, aunque algunos se fueron por la tangente, bien desde la revolución marxista y otros por la nacional-socialista, y entre medio apareció el socialismo, no el de charlas de café, ni el de invernadero sino el contundente, el que proyectaba ideología porque en el ámbito de su consecuencia era capaz de estimular a esa misma sociedad que deseaba mejorar. Desde Bakunin o Marx , como prolongación de Stuart Mill , Bentham que más tarde fueron dándole brillo Parsons, Habermas, Adorno, o Adolfo Sánchez Vázquez y en nuestro entorno Ortega, Julián Marías, Agustín García Calvo, Aranguren, Tierno Galván, Muguerza o Emilio Lledó.

Hoy todo es cambio no acaban de remozar una terminología que inventó Felipe González en 1982, pero este no aparece . Y ¿por qué no aparece? Ni siquiera tímidamente porque es la insignificancia la que ha triunfado con unas borracheras de poder que ya el neurólogo Owen define como el síndrome de Hibrys que es un trastorno que se caracteriza por generar un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, aparición de excentricidades y desprecio hacia las opinión de los demás. Es el triunfo de la insignificancia lo que predomina en el llamado mundo occidental y más acrecentado en nuestro entorno donde se necesita con urgencia una reafirmación consecuente de las ideologías, pero, para lograrlo simplemente hay que poseerla y defenderla ya que las ideas han movido a la sociedad.

Pero dando tumbos, ahora en un lado con un discurso, más tarde en otro con un discurso diferente lo que motiva es desánimo, falta de ilusión donde la espera se encuentra sumergida en un mundo donde la incertidumbre le da la mano al triunfo de la insignificancia.

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