Opinión

Pilar Ruiz Costa

Que se pudran en la cárcel

Son ya demasiados meses oyendo hablar de la ‘ley del solo sí es sí’ (en realidad ‘Ley de Libertad Sexual’) y andarán hartos, como yo, de escuchar hablar de rebajas de penas y no sé cuántos violadores que «la ley ha dejado sueltos»

La ministra de Justicia, Pilar Llop

La ministra de Justicia, Pilar Llop / Marta Fernández Jara - Europa Press

Ya había anochecido cuando, de camino a casa, como tantas otras veces, un grupito de machirulos cerveza en mano me soltó alguna barbaridad. Apreté el paso hasta haberlos perdido. O eso creía. Pero no. Uno de ellos se me abalanzó por detrás con un machete. Intentó arrastrarme entre los árboles y, a saber por qué, yo no pensaba en mis hijos, sino en mi madre. En que si me mataba y arrojaba mi cuerpo a los manglares nunca lo encontrarían. Pensé en todas aquellas madres que lloran en televisión desesperadas pidiendo que alguien les entregue al menos el cuerpo de una hija. Y a saber si por eso, me resistí, luché, hasta escapar arrastrándome por una carretera, sangrando y con la ropa hecha jirones; con la mandíbula y una mano dislocadas entre un sinfín de heridas. Los días siguientes la historia se fue extendiendo convirtiéndome en una suerte de heroína por enfrentarme a un hombre armado y yo… que solo tenía miedo.

Me sentía tan tonta por pensar que estaba a salvo solo porque en el reparto de males que nos tocan a las mujeres yo ya había cubierto mi cupo. El primer abuso sexual lo sufrí con cinco años. A mí ya me habían violado y hasta había tenido un marido maltratador que me acabó tirando de un tejado. Era tan tonta que creía que podría seguir viviendo tranquila si pasaba inadvertida. Si no andaba fuera de casa a deshora, si nunca respondía o devolvía la mirada a los machirulos, si no vestía faldas o tirantes. Como si yo tuviera algo de responsabilidad en el asunto.

Son ya demasiados meses oyendo hablar de la ‘ley del solo sí es sí’ (en realidad ‘Ley de Libertad Sexual’) y andarán hartos, como yo, de escuchar hablar de rebajas de penas y no sé cuántos violadores que «la ley ha dejado sueltos» cuando lo deseable, al parecer, es que se pudran en la cárcel quienes nos han hecho todo esto.

Se habrán escandalizado con aquellas declaraciones de la ministra de Igualdad, Irene Montero, recién estrenada la ley: «No se conoce una sola reducción de penas. Ni se va a conocer. Es propaganda machista». Y al otro lado del ring y de estos cuatro meses de ley, la ministra de Justicia, Pilar Llop, a quien el PSOE ha encomendado la misión imposible de parar la desbandada de presos y votantes, presentando en primera persona y en solitario, ante la incapacidad de ambos ministerios de alcanzar un acuerdo, la reforma de la ley. Una reforma que se parece en demasiado a la ley antes de la ‘ley del sí es sí’ y que básicamente devuelve las penas a sus horquillas anteriores «sin que haga falta probar el consentimiento cuando concurren determinadas circunstancias». La propia Llop sacaba pecho en la SER: «Es una novedad absoluta, una novedad increíble que va a facilitar muchísimo las pruebas en el procedimiento porque ahora, si se demuestra que hay violencia o intimidación, que es muy sencillo probarlo, porque con una herida ya se puede probar que ha habido violencia, ya no hace falta que la víctima pruebe que no ha habido consentimiento». Y como es fácil perderse en la terminología del enfrentamiento que enroca a las líderes de ambos ministerios entre los agravantes que aceptaría Montero y los subtipos agravados que incluye la propuesta de Llop, la realidad es que nada resuelve el núcleo de esta polémica: el artículo 2.2 del Código Penal que establece que «tendrán efecto retroactivo aquellas leyes penales que favorezcan al reo». Un craso error que nadie pareció prever en su día, pero que ahora todos parece que advirtieron. Lo que sí cambia es el núcleo de la propia ley: el consentimiento. Que los procedimientos se basen en la ausencia de consentimiento o en la evidencia de que hubo violencia e intimidación. Un ejemplo aplicado de estos distintos planteamientos: a mí me agredieron muchas veces sin mi consentimiento; me resistí solamente una.

Algo parecido reflejan los datos de la Macroencuesta de violencia contra la mujer de 2019 en la que el 83,5% de las víctimas de violencia sexual fuera de la pareja declara no haber sufrido lesiones. Físicas, huelga decir. Porque pasa con demasiada frecuencia que las heridas más graves no se ven.

Y a ver cómo les explico que a las mujeres agredidas, violadas y asesinadas nos importa más bien poco que el criminal pase 5, o 10 años o que se pudra en la cárcel. Lo que queríamos, lo que de verdad querríamos es que nada de aquello hubiera sucedido. Que cualquier medida punitiva, aun siendo necesaria, no es más que la enésima evidencia de que llegamos tarde y las medidas urgentes son las otras: la prevención, la educación. Acabar con ese machismo lacerante que sigue acabando con nosotras.

Cuando alguien alguna vez me dijo que fui una valiente yo, contestaba que no. Que en realidad nunca debí enfrentarme a un hombre armado. Debí dejarme violar. Y ese es mi consejo: si alguna vez, si alguna maldita vez llega el caso… déjate violar. Aunque con ello te pierdas «la novedad absoluta, la novedad increíble de mostrar una herida que pruebe que no hubo consentimiento».

@otropostdata

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