Opinión | Cantina ilegal

La dictadura del lenguaje

Murgas.

Murgas.

Tremendo susto me llevé ayer cuando llegué a mi Cantina; resulta que al abrir la puerta me veo en el suelo una octavilla de protesta de un colectivo animalista en la que me ponían a caldo, y no de gallina, a cuenta del conejo que le llevo a mi madre para que me rellene las garbanzas. Corren tiempos difíciles en los que ya uno no sabe lo que hacer o no hacer y tampoco lo que hay que decir, o cómo hay que decirlo, para no ofender a nadie. Y que conste que no estoy reivindicando el derecho a ofender dado que entiendo que a eso, no tiene derecho nadie.

Me acordé de hace unos días, cuando participé en una jornada de igualdad y diversidad en el carnaval. Al finalizar, departí amablemente con el responsable de un colectivo que había afirmado en su debate que lo que las murgas deberían hacer es llevar sus letras a chequear para que, al cantar, no se aluda a nadie de forma indebida. A ese responsable, con el que pude hablar cordialmente, le expuse mi rechazo a su propuesta en tanto en cuanto, lo que él proponía, era que las letras pasasen algo parecido a una censura previa y eso nos llevaba de vuelta a las Fiestas de Invierno, cuando el Ministerio de Información y Turismo, revisaba los temas de las murgas y hasta prohibía todo aquello que le viniese en gana.

Yo creo que la totalidad de letristas del carnaval conocen las líneas rojas que no se deben traspasar para cruzar el límite de la libertad de expresión hacia la falta de respeto, es por eso que me niego a aceptar una revisión previa que someta a nuestros grupos críticos a lo que muchos clientes de mi cantina llaman, la dictadura del lenguaje.