Anoche tuve un pequeño paréntesis en mi Cantina, momento en el que aproveché, para pasar una fregona, y para descargar el contenedor de 40 pies de garbanzas de las de mi madre que me llegó a media noche, junto con el camión cisterna de vino de Ravelo que había pedido. Y es que la noche de hoy se aventura tan larga como la del miércoles, cuando acabé casi de día.

Y entre tanto jaleo logístico, apareció por aquí Frank el Chino, cabreado como un ídem, porque necesita una entrada para hoy y le acababan de ofrecer el famoso bolígrafo BIC por 200 euros y, de regalo, una entrada para la final, en lo que es la forma más estúpida de sortear la ilegalidad de una reventa. Y es que, como dice El Chino, con la reventa nuestras autoridades hacen como en Santa Cruz con las patinetas que le amargan la vida a los invidentes: la vista gorda. Igual es que es más difícil de lo que pienso pero creo que, en la era de las nuevas tecnologías, alguna forma habrá de evitar que haya gentuza que juegue de forma miserable con la ilusión de tanto aficionado que espera, en un día como el de hoy, disfrutar de su murga. El Chino me asegura que si la aplicación pidiera los datos de quien compra y luego se comprueben a la entrada, el problema se acabaría, pero yo le contesté que desconozco si la solución es sencilla, o hay algo que se nos escape y que, para los acomodadores, sea un atraso más que un adelanto, al gestionar la entrada del público al acto.

A mi no me parece mala la idea, sería cuestión de intentarlo porque si hay algo que tengo claro, cada vez que llega la final, es que la reventa me revienta.