Opinión | Cantina ilegal

Manolo Expósito

En la noche de ayer, me encontraba solo en mi cantina descargando un contenedor de garbanzas de las de mi madre que me llegaron recién hechas. En mi cantina reinaba un silencio agradable que se rompió con la llegada de la gente que iba saliendo del recinto, del concurso de murgas infantiles, y se daba un salto por mi negocio.

Y viendo las murgas, y comparando disfraces, me vino a la mente la figura de Manolo Expósito, probablemente uno de los diseñadores de murgas infantiles que, con mayor elegancia, era capaz de vestir a su murga de payaso. Fueron tantos los premios que obtuvo en presentación como el cariño que ponía en el dibujo de sus diseños. Y recordé que lo vi el pasado mes de noviembre, en el acto que se celebró para, en homenaje a Esteban Reyes, cambiar el nombre al antiguo mercado de la Salud. Y pude hablar con él. Sentado en su silla de ruedas, esbozando una sonrisa al hablarme de la que fue su murga, de sus hijos y de sus nietos; y me dio pena terminar la conversa por el comienzo del acto, porque daba gusto ver el entusiasmo con el que charlábamos.

Disfruté con él recordando mi paso por Lengüines, vistiendo sus maravillosos trajes, rememorando la disciplina con la que gestionaba la murga: Manolo nos formaba por fuera del salón y hasta pasaba revista para ver que los disfraces estaban completos y relucientes. Al que tenía los guantes sucios, o le faltaba el gorro, lo mandaba a casa a solucionar el problema. Recuerdo que incluso nos enseñaba a desfilar. ¡Cuánta seriedad!, ¡cuánta elegancia!, ¡cuánta ilusión plasmada en un papel!, por eso, cuando hoy veo un disfraz señorial de payaso en una murga, siempre hago la misma pregunta: ¿Cómo estará mi admirado Manolo Expósito?