Opinión | Cantina ilegal

La cantina más triste

Después de haber dedicado mi vida al Carnaval, desde 1978, pensé que ya lo había vivido todo, pero no, me faltaba lo peor, lo vivido la tarde del pasado sábado en el cine Víctor a donde, aprovechando que el horario me daba margen a disfrutarlo y luego abrir mi cantina, me acerqué a ver un acto para la historia: la primera vez que una murga de Gran Canaria presentaba su disfraz, y su repertorio, ante el público chicharrero.

Pero la realidad superó la ficción. Cuando el publico presente en el Teatro pensó que Los Nietos de Sary Mánchez acometían una parodia en su segunda canción, se desató un golpe de realidad y mi amigo Arturo, componente de la murga de Telde, se dejó la vida, literal, interpretando con su entrega habitual la parte final del repertorio. La murga interrumpió su actuación y el público contuvo su respiración, hasta que los peores presagios se confirmaron.

Y Arturo abandonó la tarima, esta vez para siempre, dejando su trompeta al borde del escenario. Entusiasta en Los Nietos, miembro de la chiri-murga y también de La Trova, se marchó sin despedirse haciendo lo que más le gustaba: cantar, disfrutar, hacer reír, entretener, divertir, con la trompeta en sus manos, con el disfraz de su murga y con el maquillaje en su cara. Y yo marché rambla abajo, recordando aquel encuentro de Candelaria donde, a pie de rampa, me decía cuánto le gustó el tema que yo había escrito para su murga.

Por eso es que mi Cantina, el sábado por la noche, era un negocio distinto; en silencio, sin el olor a garbanzas, sin conversas, retumbando en las paredes la voz del director pidiendo asistencia sanitaria. Sin duda fue una noche extraña, un día para olvidar en la Cantina más triste.