Opinión | A babor

Lo fácil y lo difícil

Román Rodríguez habla por teléfono en las escaleras del Parlamento.

Román Rodríguez habla por teléfono en las escaleras del Parlamento. / EFE

Lo fácil es hincharse a recaudar, aprovechando que la inflación lo ha puesto mucho más fácil para las Administraciones. Lo fácil es seguir ampliando el presupuesto regional con los centenares de millones que llegan graciosamente (hasta mil millones subieron en 2022 los ingresos gracias a ayudas europeas o españolas). Lo fácil es pulirse el dinero de los gastos corrientes, subir salarios y repartir ayudas de fin de ejercicio, a tanto la pieza, sin siquiera hacer las cuentas de quien las recibe. Y entonces… ¿qué es lo difícil?

Lo difícil es gastarse el dinero de que hay que invertir, el que requiere estudios, proyectos, licitaciones y adjudicaciones. Un trabajo que exige que las administraciones funcionen, que los empleados públicos trabajen, que los políticos sepan exactamente lo que quieren hacer y cómo impulsarlo.

En el cierre del ejercicio del año 2022, el Gobierno de Canarias no llegó a gastarse dos de cada tres euros –el 65 por ciento de lo presupuestado– que tendría que haber gastado en lo que es –junto a ocuparse de la salud y la educación de sus administrados– una de sus funciones más importantes: invertir, activar la economía construyendo carreteras y viviendas, infraestructuras sanitarias y sociosanitarias, colegios, obras hidráulicas, puertos, impulsar inversiones energéticas y medioambientales… En un año de palabrería y recaudación desatada, el Gobierno ha mejorado la ejecución de las inversiones un 0,6 por ciento con respecto al año anterior y ha dejado de gastar el 35 por ciento de lo que tenía. Todo un éxito.

Aun así el Gobierno saca pecho y presume de haber gastado más. Es cierto si se refiere al conjunto del presupuesto. Ha gastado como si no hubiera un mañana en personal, en gasto corriente y en transferencias: se ha pulido una pasta gansa en nóminas porque hay muchísima más gente contratada para hacer lo mismo, y a veces peor, se ha movido mucho más gasto corriente (se ha pagado más por más compras y más suministros: agua luz, coches, informes, comidas, alquileres, ordenadores, aire acondicionado, uniformes, gasolina…) y se ha movido más dinero para que se lo gasten otras administraciones. El Gobierno ha hecho lo que es más fácil. Y lo ha hecho dejando de gastar en 2021, ejem, la friolera de unos 500 millones de euros, la mayor parte de ellos de la cuenta de las inversiones.

A la consejería de Hacienda eso le da igual: Román Rodríguez sostiene que no es importante, que los recursos que no se invierten este año se suman al remanente y se añaden al gasto del año siguiente. Eso es cierto, pero parece un mal consuelo: primero porque el dinero que no se gasta este año no cubre las necesidades de este año: la casa que no se construye este año en La Palma no resuelve el problema de la familia palmera que no tiene casa este año, el colegio que no retira sus barracones este año no permite acondicionar de forma decente a sus alumnos este año, la carretera que no se concluye este año no lleva a nadie a ningún sitio este año. Ese consuelo de que el dinero no se pierde es un consuelo tramposo: porque el año que viene habrá más que gastar con la misma gestión incompetente, y porque más pronto que tarde, Europa volverá a la disciplina fiscal, y los que gobiernen después –sean los mismos o sean otros– no podrán pasar los fondos de un año para el siguiente.

A pesar de eso, el Gobierno sigue haciendo crecer el dinero destinado a inversión pública para 2023 y los años siguientes. No son capaces de gastar lo que tienen, pero inyectan otros 150 millones más al capítulo de inversiones este año, con la excusa de que el dinero público tiene que dinamizar la economía y despertar la inversión privada. Uno tiene la impresión de que eso no ocurre ni ocurrirá, a pesar de que Hacienda alardea de que en la legislatura –de 2019 hasta 2023– las inversiones han subido casi mil millones de euros, desde los 1.800 millones a 1.764, un crecimiento cercano al 63,5 por ciento, más del doble de lo que ha subido el gasto social.

Sobre el papel es cierto, pero el dinero que se gasta es el que es fácil de gastar, no el que podría activar la economía. Están en lo facilón. Que es predicar, pero sin dar trigo.

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