Hay muchas maneras de palmarla. La del plátano de Canarias es una muerte lenta, al estilo de la rana a la que matan por el método de ir calentando el agua poco a poco hasta hervirla. Es un sector productivo cuyo éxito se basó en su día en la reserva exclusiva del mercado nacional, asunto que pasó a mejor vida. Y es ahora que se empiezan a ver los dientes amarillos del lobo de la competencia.
Hace unos días se informaba de la destrucción de dos millones de kilos de plátano el año pasado. Es alucinante. Un sector agrario que publicita la destrucción de dos mil toneladas de un producto alimentario. Si no fuera que vivimos en el absurdo, sería para matarlos. Cuando teníamos la reserva del mercado peninsular y había abundancia de producción, la mejor manera de elevar los precios, cuando bajaban, era destruir producto. A mayor escasez, mayor precio. Hoy, que hay competencia de la banana, destruir plátanos solo sirve para que la competencia venda más. No es muy inteligente.
Desde que bajaron los impuestos aduaneros a la banana extracomunitaria, nos empezaron a mojar la oreja. A pesar de los mayores costes del precio del transporte, las bananas, más baratas de producir, empezaron a conquistar, año tras año, mayores cuotas del mercado español. Hasta el punto de que hoy suponen más de la mitad del consumo.
Lo más gracioso del asunto –si es que tuviera alguna gracia– es que entre quienes han promocionado la venta de bananana están los propios representantes del mercado canario. Eurobanan, una empresa fundada en 1993 por Coplaca, la multinacional Fyfess y la familia Rey, se encarga de la distribución y comercialización de millones de kilos de frutas, entre ellas la banana, en toda España. Se ha convertido en una empresa de éxito sobre la base de vender los mejores productos a los mejores precios. Pero eso ha convertido al plátano en una víctima colateral.
Si un producto no es competitivo, está condenado a muerte. Por muchas subvenciones que le des. Por muchas ayudas que tenga. Hace años que perdimos el tomate, que se fue a Marruecos, donde los salarios son más bajos, el agua es más barata, la tierra sobra y la administración no es una mosca cajonera. Desde allí las exportaciones entran en Península como Pedro por su casa. Lo mismo ha pasado con la banana de países de Africa, Caribe y Pacífico (ACP) y con la centroamericana. El plátano canario sobrevive gracias la subvención europea (unos 38 céntimos por kilo) mientras pierde mercado año tras año. Las agencias de publicidad, siempre peninsulares, que llevan la publicidad de los plataneros canarios igual inventan algo para remediarlo. Yo apostaría que es una causa perdida.