Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Marina Casado

Manolo y las Maldivas

Maldivas.

Maldivas.

El fin de un año y el comienzo del siguiente forman, quizá, la mayor frontera psicológica. Una frontera inventada por el ser humano, como todas, pero temporal y no espacial. Desde que entramos en diciembre, las crónicas del año que termina brotan como las setas en octubre. Nos empeñamos en resaltar los aspectos negativos y positivos de estos últimos doce meses, quizá con el afán inconsciente de demostrarnos a nosotros mismos que hemos vivido de la mejor forma que sabemos, consiguiendo pequeños o grandes logros. En definitiva: demostrarnos que no hemos perdido el tiempo.

Seguro que a todos nos resultan familiares publicaciones en Facebook de este estilo: «Ha sido un año duro, pero por fin me he independizado con Manolo». Y bajo el enternecedor titular, un párrafo explicando en qué ha consistido la dureza del año y cómo Manolo, dotado de excelsos dones, ha logrado paliarla. Y más abajo aún, una foto de ambos tortolitos mirándose a los ojos o, en un estilo más minimalista, sendas manos sujetando las llaves de la nueva casa. Otras veces, Manolo es sustituido por un máster en Relaciones Públicas, un premio de poesía del Ayuntamiento de Navalpotro o un viaje a las Maldivas.

Después estamos los que escribimos en medios públicos, donde los Manolos y las Maldivas carecen del interés social necesario. Así que centramos nuestras crónicas en el devenir del planeta. Por ejemplo, si me preguntaran por los acontecimientos de 2022 a nivel global que más me han impactado y me dieran un minuto para responder, se me vendrían a la cabeza la guerra de Ucrania, la inflación de la energía eléctrica, las muertes de Sidney Poitier y Juan Diego, el golpe de Estado en Perú, la polémica en torno al Mundial de fútbol celebrado en Qatar, el temporal en Estados Unidos...

Y me detengo en este punto, porque habrá quien se haya llevado las manos a la cabeza al leer mis menciones a los dos grandes actores y no a la Reina de Inglaterra, que merece también otra mención, por supuesto, pero mi lista de acontecimientos era, sobre todo, un experimento psicológico planteado hacia mí misma, y cómo voy a negar que me impactó más la actuación de Juan Diego en Los santos inocentes o la de Sidney Poitier en Rebelión en las aulas que la de Isabel II en la historia. Mea culpa; soy humana y esto es pura subjetividad, no intención de infravalorar el papel de ningún personaje histórico. Y de aquí a hablar de Manolo hay solo un paso…

Después de las crónicas sobre el viejo año, viene algo peor todavía: la lista de propósitos para el nuevo. El máster y las Maldivas regresan fuertes. Y por supuesto, también eso que llaman «el autocuidado», que es un término que me desquicia, aunque no sé por qué, y que implica clases de yoga o de pilates, dietas milagrosas o visitas asiduas al «gym», que es como llaman los modernos al gimnasio. Son los mismos que hablan de «entreno» –otro término vomitivo, existiendo «entrenamiento»– y de «healthy life». Digo yo que todo eso se puede hacer sin tener que nombrarlo así, pero esto ya es una manía personal. Manolo al ataque, de nuevo.

Quisiera detenerme otra vez para señalar la importancia que hoy en día está adquiriendo el «culto al cuerpo».

Siempre ha existido, pero creo que en los últimos años se ha incrementado. Contribuyó mucho el Gran Confinamiento de 2020, cuando no podíamos salir de casa y había que hacer algo para intentar mantener la forma física. Fueron meses en los que influencers como Patri Jordán o Sergio Peinado debieron de ver que sus seguidores ascendían como la espuma. Hasta yo me subí a ese carro. Pero la cosa continúa actualmente, y hemos llegado al punto de que no está de moda admitir que te apasiona la morcilla de Burgos, porque siempre hay alguien que te mira con extrañeza, como si fueras Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, y te dicen, con tono paternalista: «Deberías cambiar tus hábitos alimenticios». Y claro, yo les explico que no como morcilla todos los días, para desayunar y cenar; que en mi casa la fruta y la verdura son diarias; pero eso no impide que, si salgo un día de tapeo, acoja con más ilusión una racioncita de morcilla que unas «crudités con humus».

Y claro que es importante el deporte. Más que importante: es necesario para la salud, como forma de evitar la obesidad y el sobrepeso, regular la presión arterial, etc. Pero de ahí a convertirlo en el eje de nuestras vidas hay una montaña. Y lo mismo con las dietas: deben ser equilibradas y sanas, pero no llevemos todo al límite: hay tiempo también para caprichos. Dejémonos de tantas listas de propósitos de nuevo año y centrémonos, simplemente, en seguir viviendo.