Opinión

El tren que España perdió en Cuba

Dicen las crónicas que Cuba tuvo un transporte ferroviario antes que España. La Ilustración europea alcanzó la isla grande de las Antillas gracias a la cooperación tecnológica entre los pueblos de las dos orillas del Atlántico. Canarias tuvo mucho que ver con ello pese a que el ingeniero Agustín de Betancourt no pudo viajar hasta La Habana y dirigir técnicamente la operación Guantánamo porque los ingleses le detuvieron en Lisboa y le decomisaron todo el material que llevaba para Cuba. Afortunadamente si pudieron llegar las máquinas de vapor y luego el tren debido al interés de la sacarocracia de la Cuba colonial por las nuevas tecnologías aplicadas al agro, especialmente al azúcar de los ingenios.

Las islas de Cuba y de Canarias siempre desempeñaron un papel decisivo en materia de logística. Desde entonces empresarios y trabajadores se ocuparon del tabaco y de la caña de azúcar hasta 1959 cuando llegó el comandante y mandó parar. Ahora lo hacen del sector del turismo y algo de materia cultural, sobre todo a partir de 1992, cuando el periodo especial caracterizó la socioeconomía de Cuba. Por ello es bueno recordar hoy que el triángulo Cuba-Canarias-Cultura tiene nombres y apellidos. Primero fue Alejandro de Humboldt cuando llegó a Cuba a finales del siglo XVIII, después de pasar por Canarias y recomendar al botánico francés Pedro Aubert para dirigir el Jardín Botánico habanero. Luego fue Domingo León, a finales del siglo XIX, con su imperio de los centrales azucareros, y años más tarde, su yerno Tomás Felipe Camacho, palmero de nacimiento y un canario ilustrado del siglo XX, fundador del orquideario de Soroa, sin olvidar al periodista ambientalista grancanario Francisco González Díaz y al pintor gomero, José Aguiar.

Ya entrado en el siglo XX, por los años de 1930, resaltamos la figura de Gregorio Fuentes, un joven emigrante de Lanzarote de finales del siglo XIX, todo un pescador conejero que le dio vida a Ernest Hemingway en Cojimar, cerca de La Habana, para escribir ‘El viejo y el mar’ que tanto prestigio le concedió para su Nobel de literatura. En 1958 se conoció en España y en Cuba la edición de la novela de viajes Un verano en Tenerife, escrita por Dulce María, la hermana mayor de la familia Loynaz y amiga, entre otros españoles, del poeta Federico García Lorca, que le sirvió para ser reconocida años más tarde en España con el Premio Cervantes de 1992.

Las islas de Cuba y Canarias siempre han estado unidas por la sangre y la cultura. Por eso al ver izar la bandera de los Estados Unidos en La Habana entiendo que debemos reforzar nuestros lazos con Cuba y Estados Unidos a través de la cultura. La conectividad se hace imprescindible y por ello apostamos por cambiar el tren perdido por el avión de la esperanza. Quizás por ello resulta enternecedor las declaraciones de la joven escritora y poeta cubana, Lysbeth Daumont Robles, cuando afirma a la prensa canaria que ha tenido la oportunidad de acudir el pasado 10 de diciembre de 2022 al acto de homenaje a la poeta cubana Dulce María Loynaz, autora entre otras obras, de la novela de viajes Un verano en Tenerife, celebrado en la Atalaya del Parque Taoro del Puerto de la Cruz y organizado por los admiradores de Dulce María Loynaz ante el busto del escultor cubano Carlos Enrique Prado. Para Lysbeth la obra Un verano en Tenerife es una referencia para el conocimiento de la identidad y la cultura canaria desde Cuba. De hecho confirmó que gracias a este libro comenzó a conocer el maravilloso patrimonio que ahora ha descubierto en vivo, gracias al apoyo de sus amigos canarios Fernando Diaz e Isidoro Sánchez, y sobre el que profundizó cuando joven a partir de las actividades realizadas en la Casa Canaria Leonor Pérez, de La Habana.

Lysbeth pudo comprobar en la atalaya portuense, con un grupo de amigos canario-cubanos y amigas canarias, «que los días en el Puerto de la Cruz vuelan como hojas de almanaque al viento del mar». También tuvo tiempo de conocer a poetas como José Javier Hernández y Elsie Tavío Ribal así como al concertista cubano Othoniel Rodríguez y a molineras de la Villa de La Orotava. Incluso le dio tiempo de recitar algunos poemas a su admirada Dulce María Loynaz y depositar rosas rojas, como el resto de señoras, en el busto de la poeta cubana. Fue un grato homenaje, en palabras de Lysbeth, el celebrado en el Jardín del Taoro adonde se asomaba la poetisa cubana cuando su estancia en el Hotel Taoro en los veranos de 1947, 1951, 1953 y 1958 para disfrutar de la visión cercana del Puerto de la Cruz y de la lejana isla de La Palma. Quedó citada con el pianista cubano Othoniel Rodríguez para compartir en el año que se avecina información de sus conciertos a Dulce María en tierras cubanas. Othoniel es mucho Othoniel, todo un referente de la cubanía en Canarias. Como lo será pronto la amiga Lysbeth.

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