Opinión | A BABOR

El bluff de las ‘microizquierdas’

Alberto Rodríguez .

Alberto Rodríguez .

Hace apenas dos semanas, el pasado 19 de diciembre, la vicepresidenta couché del Gobierno, ojito derecho del presidente Sánchez para pastorear al rebaño de microizquierdas, se refería a la propuesta del PP de rebajar el IVA a los productos de primera necesidad diciendo que de aplicarse esa propuesta sólo se favorecería a los grandes oligopolios de la alimentación, a las empresas propietarias de supermercados, a las cadenas de distribución. Dos semanas después, el Gobierno que vicepreside ha adoptado una serie de medidas para paliar el impacto de la inflación en la cesta de la compra, y la más publicitada ha sido precisamente la de reducir el IVA de los productos de primera necesidad desde cuatro por ciento a tipo cero.

En la presentación de la decisión, ofrecida en una rueda de prensa con despliegue de efectos especiales, nadie ha recordado que el primer partido que pidió esa rebaja fue el Partido Popular. Si me apuran, creo que no lo ha recordado ni el propio Partido Popular. La vicepresidenta, por supuesto no ha dicho esta boca es mía. Faltaría más tener que reconocer que una estaba mal informada o –que a lo peor es eso– a una no la toman en serio en el Consejo de Ministros más que cuando se trata de sumar restando, práctica a la que doña Yolanda parece dedicarse con entusiasmo declarativo pero sin prisas en lo que a organizar su tinglado se refiere.

Sorprende que la izquierda a la izquierda del PSOE se haya acostumbrado con tanta rapidez no sólo a la púrpura y su glamour, sino a las técnicas para arrimar ascua a la verdad que conviene: después de señalar a las grandes empresas como evidentes beneficiarias de una de las decisiones más justas y sensatas de esta administración en lo que lleva gobernando –bajar los impuestos indirectos–, doña Yolanda ha guardado un menesteroso silencio, no vaya a ser que la vuelvan a coger en otro artificio dialéctico como el de su oposición moral al consumo de fresas o la gran referencia que es para ella la señora Fernández de Kirchner.

(Por cierto, como inciso: el Gobierno de España sigue tomando decisiones olvidándose de una de sus regiones más pobres. La rebaja del IVA no nos toca ni de broma, son una purriada de millones que por aquí no llegan ni en forma de calderilla).

Vuelvo y repito: uno se pregunta qué diablos está pasando en la izquierda a la izquierda del PSOE y la respuesta más evidente es que se han instalado. Parte de ese apoltronamiento tiene que ver con descubrir las ventajas, canonjías y sinecuras del poder, pero también se trata de un paseo vital desde el extrarradio al centro de la toma de decisiones. Hace falta ser de una pasta muy especial para no verse contaminado por el pringue que siempre desprende el manejo de lo público. La política, además, ha abandonado ya casi todos sus remilgos y cautelas y se manifiesta –a izquierda y derecha- como un juego de trileros que utilizan el lenguaje para ocultar sus verdaderas intenciones, y que pudren casi todo lo que tocan.

En Canarias estamos estos días disfrutando del pobre espectáculo de dos viejos colegas, Alberto Rodríguez (ex secretario de organización de Podemos en toda España), y su querida compañera Noemí Santana, discutiendo la imperiosa necesidad de una confluencia imposible porque ambos aspiran a encabezarla. ¿Qué ha sido de las viejas preocupaciones de esa izquierda rompedora y peleona? ¿Qué pasa ahora con los desahucios, el precio de la energía o la cesta de la compra que en Canarias no será compensada por rebaja alguna? Nuestra izquierda otrora alternativa –en la que hoy juegan una suerte de liguilla de tercera una decena de partidetes localistas con un par de afiliados per cápita, surgidos de escisiones y enfados, y mangoneados por gente más preocupada de mantener (o recuperar) sus macizos privilegios que por las bases, los círculos y las hipotenusas que antes daban forma a la geografía del radicalismo bienaventurado.

Esta región y este país necesitan algo distinto a esta izquierda apesebrada: una izquierda real, capa de ofrecer un proyecto general para todos los ciudadanos que creen en la igualdad de oportunidades, en la superación de las diferencias, el juego limpio, la atención a los que no tienen nada, la necesidad de acciones para contener el calentamiento, una izquierda capaz de hacer un discurso de cambio e integración de mayorías, no este destilado de clubs y familiajes enfrentados por la intensidad inexistente de transversalidades y transversalismos. Una izquierda capaz de un discurso que no cambie tras cada informe del CIS o cada consejo de Ministros.

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