Opinión | Retiro lo escrito

Aguinaldo y ruina

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez. / EFE

Pedro Sánchez convoca rueda de prensa, como estaba previsto, para anunciar su aguinaldo social, un nuevo paquete de medidas anticrisis que en algunos – pocos --casos suponen nuevas iniciativas y en muchos otros prolongan apósitos ya colocados en este agonizante 2022 e incluso antes. Podemitas y yolandistas rabian escenográficamente un poco, porque no ha incluido maravillas como la limitación del precio de los alquileres, algo que les excita mucho, porque esta peña cree que puedes intervenir de cualquier manera y en cualquier mercado y en cualquier momento y los resultados, como siempre, serán positivos. Basta con castigar a los malos. Los malos son los que ganan dinero. Los malos son, por ejemplo, una pareja de jubilados que complementan su pensión con el alquiler de un apartamento por 400 o 500 euros, ya me entienden, cuatreros así. Sánchez también ha decidido bajar el IVA a los “alimentos básicos”, lo que incluye pan, harinas, leche, queso, huevos, frutas, legumbres papas y cereales. Estaban a un IVA “superreducido” del 4% pero durante el primer semestre del año próximo será eliminado. La operación costará, en términos de recaudación, unos 10.000 millones de euros. Más o menos el presupuesto general de la Comunidad canaria para 2023.

La pasada semana Yolanda Díaz, vicepresidenta y ministra de Trabajo, había rechazado esta medida, propuesta por la dirección del PP repetidamente. Uno sospecha que Díaz tiene razón. Las grandes cadenas y distribuidoras no bajarán los precios por haberse suprimido el IVA. No tienen ningún incentivo racional para hacerlo. Engordarán sus beneficios. Esto no elimina, por supuesto, el persistente ridículo del Gobierno canario, que se ha negado una y otra vez a cualquier reducción del IGIC porque corríamos peligro de cerrar hospitales o de abocar al analfabetismo a miles de adolescentes canarios. Lo que unos y otros deberían asumir es que la inflación se asemeja a una fétida y vivaracha bestezuela muy difícil de combatir. La única forma de actuar estructuralmente es compleja: aumentar la eficacia y la eficiencia de los sistemas productivos para impulsar el PIB, es decir, mejorar la productividad y la competitividad; superar el estancamiento del PIB per cápita, lo que significará mayor producción, más empleo y mejores salarios; y mejorar la formación y la inversión en educación y en I+D+i. Vencer o al menos controlar la inflación – la provoque una guerra, una crisis de suministros o una parálisis crediticia –siempre pasa por tener una economía saludable, creativa, flexible y resilente. No hay trucos. Quizás gastar con mayor tino y, en caso de suprimir impuestos, hacerlo de manera puntual y coyuntural; en esto último, al menos, Pedro Sánchez y sus ministros parecen conservar cierta cordura.

Lo preocupante en estos debates, los reales y los simulados, es que, precisamente, no se habla directamente de economía. Porque el Gobierno de España, como el de Canarias, carece de una auténtica estrategia de política económica. Su obsesión es la redistribución vía fiscal y, desde la catástrofe de la pandemia, el despliegue de medidas más asistenciales que sociales subordinadas a los intereses electorales de Sánchez y a las debilidades parlamentarias del PSOE. En cambio las grandes reformas que le urgen al país – la reforma de las administraciones públicas, la reforma de un sistema educativo ampliamente consensuado, la reforma de su gobernanza entre el centro y las periferias, la reforma del sistema de ciencia y tecnología –siguen y seguirán arrinconadas per secula seculorom. El futuro, con o sin inflación, no es demasiado halagüeño en ese viejo país ineficiente y cainita cuyas principales élites extractivas no están en el empresariado, sino en los grandes partidos políticos. Porque ellos lo valen. Porque ese es el precio de su autoreproducción.

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