Opinión | A BABOR

Otra cacería gratuita

Juan Fernando López Aguilar en una intervención en el parlamento europeo.

Juan Fernando López Aguilar en una intervención en el parlamento europeo. / EP

¿Temporada de patos, temporada de conejos? El inicio de la campaña electoral abre la veda a los partidos para disparar toda la munición guardada antes de la cacería, a veces de forma harto indecente. En fin: el comportamiento delictivo y desvergonzado de la exvicepresidenta del Parlamento Europeo, la socialista griega Eva Kaili –calificada con el oximorón socialdemocrata de ultraderecha en los informativos de TVE por algún pesebrista militante–, la ha convertido en representación de la corrupción que pudre la administración europea. La señora Kaili ha sido encarcelada por la justicia belga, bajo la acusación de haber recibido sobornos catarís por hacer lobby a favor del país del Mundial. Ahora se ha sabido que la eurodiputada participó en una votación de la Comisión de Libertades Públicas, Justicia e Interior del Parlamento Europeo, a la que no pertenece, para poder así votar a favor de una propuesta –finalmente respaldada por amplísima mayoría– en la que se solicitaba autorizar que los ciudadanos de Catar, Omán, Kuwait y Ecuador no precisen visado para entrar en territorio de la Unión. También participaron irregularmente en esa votación otros dos eurodiputados vinculados al denominado Catargate, acusados también de haber aceptado sobornos. Y algunos han aprovechado para señalar como responsable de que lo hicieran al exministro de Justicia, el eurodiputado canario López Aguilar, que preside la comisión, y que debería haber velado por que los tres parlamentarios ahora investigados no participaran en la votación.

En realidad, la acusación es una sandez: solo persigue tirar porquería al ventilador, y que López Aguilar aparezca salpicado por una supuesta responsabilidad que no es tal. El reglamento del Parlamento Europeo (como el de la práctica totalidad de las asambleas legislativas) contempla la participación en comisión de diputados no adscritos a ellas. De hecho, en buena lid parlamentaria, lo que se persigue es que la representación de los grupos se mantenga, aunque haya diputados titulares que estén en esos momentos asistiendo a otras comisiones o en otras actividades. La organización de esas suplencias no es competencia de la mesa de la comisión, que preside en este caso López Aguilar, sino de los propios grupos parlamentarios. Son ellos los que dan por bueno que el reparto de asistencias mantenga los equilibrios. La filtración de una supuesta responsabilidad o complicidad de López Aguilar en la participación de la vicepresidenta del Parlamento y sus colegas lobistas en la comisión es una de esas bellaquerías con las que se obsequia al adversario político cuando se puede. No va a ningún lado, y solo persigue manchar el buen nombre de alguien porque tuvo la mala suerte de estar allí ese día, o porque no prestó especial atención al hecho de que la vicepresidenta del Parlamento y un par de diputados más (aún no se sabía nada de su vinculación a la trama procatarí) participaran en los debates y votaciones de la comisión. Por supuesto, podemos pensar sin exceso de suspicacia que la incorporación de los tres interfectos ni fue casual, ni respondía al interés común, sino al de sus corruptores, pero mezclar a López Aguilar con la basura que se mueve entre Bruselas y Estrasburgo es gratuito, perverso y básicamente miserable.

López Aguilar, como las tres cuartas partes de los diputados de la comisión, votó a favor de revocar la necesidad de visados, una política que puede ser discutible, pero que es perfectamente legítima. No se crítica su posición, que es la misma de una aplastante mayoría de la comisión de Justicia, sino no haber intervenido para impedir la participación de los corruptos en la votación. No se le señala porque haya motivos reales para hacerlo, sino porque se le puede señalar. Y punto. Se trata de un proceder básicamente repugnante ante el que la gente decente no debería mantenerse neutral. No es excusa que actuaciones similares sean frecuentes en el PSOE o en otros partidos. Si aceptamos que la política funcione como un intercambio de daño cada vez que existe la oportunidad, para así responder a anteriores daños sufridos, si asumimos como razonable el «ojo por ojo», al final lo que nos traerá la política será solo más daño y más ceguera. Y de esa forma será imposible llegar a ningún lado.

Suscríbete para seguir leyendo