Opinión | El recorte

La Navidad

Belén de San Matías

Belén de San Matías / Carsten W. Lauritsen

He llegado a añorar aquel tiempo en el que la Navidad me parecía una fiesta deprimente, con sus belenes, lucecitas, pasteleos sociales y la insoportable invasión de ese obeso borrachín trepa balcones: un Papá Noel rojo que venía a cargarse a los viejos reyes con olor a naftalina franquista.

Me reventaba el rollo de la buena voluntad en una sociedad dedicada a los rencores y las envidias el resto del año. Si los langostinos nos hacían solidarios ¿por qué no comíamos langostinos todos los días? Y no entendía que las familias desfondasen sus ahorros comprando regalos innecesarios, en manada y a empujones, en un momento en que los precios estaban por las nubes, sabiendo que solo unos días más tarde vendrían las rebajas.

Aunque parezca imposible, la Navidad ha evolucionado a peor. Ahora nos adentramos en un nuevo mundo de belenes con perspectiva de género y corrección política. San José, modelo de buen macho blandengue, se convierte en matrona del parto de su mujer. Los tres Reyes Magos ya venían de fábrica con un inmigrante subsahariano, pero ahora, en algunas ciudades, parecen candidatos de la gala Drag Queen. Los animalistas prohíben usar burros y vacas en los Nacimientos. Y los camellos en los desfiles. Y supongo que al pastor que cagaba cerca del río lo habrá detenido el Seprona. Con razón bebían tanto los peces del villancico.

Las calles se han transformado en un gran espectáculo de luces, colocadas por los mismos que nos piden que pongamos la lavadora a la una de la madrugada, para hacer un consumo responsable. Y todo ese color solo es un reclamo para hacernos salir de la madriguera y que nos cace el perro del consumo. Comprar como si no hubiera mañana, ni cuesta de enero.

Gracias a nuestras amables y desinteresadas compañías aéreas, los canarios que viven fuera de las islas y que han tenido que empadronarse en otro lugar por razones de trabajo tienen que empeñar hasta el reloj del abuelo para conseguir un billete en la rueda del peor vuelo nocturno en un avión a pedales. La inflación ha convertido las cestas de Navidad en un lujo asiático y las mesas de la cena de Nochebuena cuestan lo mismo que la mesa del Parlamento. Un potosí.

Aquí no trabaja ni dios que está en la cuna, porque estas semanas están llenas de puentes y acueductos y al otro lado de las ventanillas de la administración no hay ningún funcionario cabreado que te diga que lo tuyo no se ha solucionado. Nada funciona, como siempre. Pero además sin nadie.

En unas pocas semanas, la gente recuperará la cordura y regresará la mala leche. Se nos pasará esta falsa hiperglucemia navideña y volveremos a comportarnos como los diputados españoles. Pero por ahora todo son sonrisas y buen rollo. Y el gordinflón vestido de rojo y blanco anda por ahí, colgado de los balcones. Si te digo la verdad hasta prefiero la bandera de España. Puestos a colgar un mito inexistente, por lo menos que sea nuestro.

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