Opinión | OBSERVATORIO

Pilar Rahola

Las heridas del Mundial

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

Confieso la alegría por el éxito de Argentina en el Mundial. Primero, por el factor Messi, que remueve sentimientos a quienes tenemos un alma culé. Y segundo, por la sobredosis de orgullo que representa para Argentina, que está viviendo una situación muy precaria. Sin embargo, si bien hablamos de un evento deportivo, es evidente que la Copa del Mundo en Catar ha sido también un hecho de enorme relevancia geoestratégica, cuyas lecciones son estremecedoras.

Primero, el espectáculo de la gran hipocresía. En todo el planeta se han escrito artículos, se han hecho declaraciones y ha habido una gran escandalera ciudadana por haber permitido este magno evento deportivo en un país que vulnera los derechos de las mujeres, persigue a los homosexuales, tiene en condiciones extremas a los trabajadores migrantes, reprime a los disidentes y está vinculado al terrorismo. Pero los propios periodistas, opinadores y ciudadanos que se han escandalizado públicamente, han disfrutado con privada placidez del espectáculo deportivo, no en vano el fútbol está por encima de sus miserias.

Y esa es la lección del Mundial: ni la corrupción, ni las muertes de trabajadores (The Guardian cifró en 6.500 los fallecidos en los 10 años posteriores a la candidatura), ni el terrorismo pueden impedir que una tiranía misógina y homófoba organice un Mundial. Es obvio que Catar compró las voluntades de la FIFA y que utiliza su ingente poder económico para influir globalmente, con el caso del cohecho a miembros del Parlamento Europeo como último escándalo. Como también es conocida la situación de grave discriminación que sufren los trabajadores migrantes a raíz del sistema de la kafala, que permite su control absoluto -casi esclavista- por parte de los patrocinadores. Pero poco importan los datos estremecedores conocidos, porque todos estamos dispuestos a tragarnos los sapos más sangrientos para que no nos toquen la pelotita. Ya lo vivimos cuando Catar se convirtió en el patrocinador de la camiseta del Barça, con los compromisarios del club votando a favor porque el fútbol es el fútbol, y ‘la pela és la pela’.

A todo ese paquete de miserias se añade la cuestión del terrorismo, con una estrecha relación con grupos yihadistas que van desde el Daesh hasta Al Qaeda, Hamás o el Frente al Nusra. Es el «Club Med for Terrorists», tituló The New York Times en un artículo donde relataba los flujos de millones de dólares de patrocinadores y entidades catarís a grupos yihadistas que actúan en Líbano, Siria, Pakistán, Yemen y otras zonas calientes. Son sonoros algunos casos como el de Abdul Kaarin al Thani, miembro de la familia real, que dirigió una casa segura para Abú Musab al Zarqawi, fundador de Al Qaeda en Irak, o el hecho de que Jalid Sheij Mohamed, el principal arquitecto de los ataques del 11 de septiembre según el informe de la Comisión del 11-S, se hubiera refugiado en Catar después de escaparse de Kuwait. Ni que decir tiene que Doha también es el refugio seis estrellas de Jaled Mashaal, el líder de Hamás, o del líder de Yihad Islamiya, Ismail Haniyeh.

Los vínculos con el terrorismo son múltiples. Las evidencias se acumulan y los informes de inteligencia son contundentes, y sin embargo, aquí estamos, acabando de celebrar un mundial de fútbol en ese paraíso de los derechos humanos. Es evidente que todo esto debería movilizar la preocupación global, pero Catar es el cuarto país más rico del mundo, es un gran exportador de petróleo y es el primer productor de gas natural licuado del planeta. De hecho, la diplomacia catarí acaba de amenazar con el gas en Europa ante la investigación por corrupción de la UE: «Puede afectar negativamente a las relaciones con Europa y al suministro de gas natural». Y si bien sus exportaciones al continente solo alcanzan el 5% (Japón y Corea del Sur son sus principales clientes), no deja de ser una severa amenaza en medio del conflicto con Rusia. De alguna manera, Catar hace suyo el dicho que la disidente siria Wafa Sultan me explicó, cuando yo le preguntaba cómo era posible que no reaccionáramos ante la destrucción de derechos humanos en las dictaduras islámicas. Me dijo: «Tenemos un dicho en árabe, si me necesitas, te poseo. Necesita el petróleo, le poseen». El petróleo o el gas... Por eso nos comemos las miserias de Catar, porque son los intereses económicos, y no los derechos humanos, lo que mueve el mundo.

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