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Meryem El Mehdati

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Croacia - Marruecos | El gol de Achraf Dari

Croacia - Marruecos | El gol de Achraf Dari / EFE

El grito se oyó en toda la calle. GOL. La -o pareció comerse el resto de la palabra, -ooooooooooo, pareció extinguir el silencio en la calle, pareció emitir una onda expansiva que casi sacudió las farolas, los bancos, las mesas y las sillas de algunas terrazas. Marruecos acababa de ganar a Portugal en el mundial de Catar. Cuatro días antes España había sido eliminada en un partido que duró ciento veinte minutos con una tanda de penaltis que tuvo a un gran número de personas pegada a sus sofás en España y en Marruecos. Solo era fútbol, pero en las horas previas al partido «leña al moro» fue trending topic nacional durante horas. La mañana del partido desayuné mientras un tertuliano de Espejo Público deseaba que no hubiese aquí disturbios similares a los que se produjeron en Bélgica el mes pasado. Sus compañeros intentaron tranquilizarlo, al parecer el grado de integración que manejamos los hijos de inmigrantes marroquíes en España es el óptimo, no hay nada que temer de nosotros. Unos días después en el gimnasio oí a un señor referirse al acento colombiano de los actores de la telenovela Café con aroma de mujer como «acento panchito». Me desagradó tanto que me quise ir a mi casa.

Algo que siempre tuve en común con varios de mis antiguos compañeros de colegio y de instituto era que la mayoría éramos hijos de inmigrantes latinoamericanos, asiáticos, indios o magrebíes. No existía la otredad porque todos éramos la norma, nos veíamos iguales porque todos éramos diferentes. Ninguno se sentía fuera de lugar. A medida que fui avanzando en mi carrera académica esto dejó de ser así y comencé a ser la única. La única hija de inmigrantes, la única musulmana, El Otro. Cuando eres El Otro el cuestionamiento de tu identidad se convierte en una constante. Quién eres, de dónde vienes, no, no, de dónde vienes realmente, es decir, de dónde son tus padres, cuándo vinieron, cómo vinieron, por qué vinieron. No existe la respuesta correcta pero el interlocutor no se dará por satisfecho jamás en su interrogatorio. Intentas adivinar las buenas intenciones de quien de pregunta pero ¿qué buena intención puede haber detrás, una sana curiosidad? Con el paso de los años comienzo a dudarlo, sobre todo porque esa curiosidad sana no parece aflorar con todo el mundo por igual sino con un grupo concreto.

Escuché a Achraf Hakimi hablar de por qué a pesar de haber nacido en Getafe decidió jugar en la selección marroquí y pensé en lo extraño que era que tantas personas tengamos en común algo tan íntimo y personal. En España no existe el racismo, pero hace unos días cientos y miles de jóvenes que nacieron aquí salieron a la calle a celebrar la victoria de otro país. Lo explica también el rapero Morad en una entrevista con Jordi Évole para Salvados: «No me han querido ver español en ningún lado». Pienso en todas las veces que alguien ha asumido que no tengo DNI porque me apellido El Mehdati y no Gómez o Álvarez. Nuestros padres creían que si no daban ni un solo problema y aceptaban cierta dosis de racismo ocasional sin rechistar sus hijos no tendrían que pasar por ello. Su sacrificio valdría la pena. Veinte y treinta años después la única diferencia entre ellos y nosotros es que nosotros sí protestamos. No sentimos vergüenza de ser quienes somos y señalamos. Ese grito tras el gol de En-Nesyri fue una herida que comienza a curarse. La gente salió a celebrar porque por una vez en la televisión había personas exactamente como ellos celebrando también. No era patriotismo, qué pesadez. Era una suerte de vindicación, una forma de señalarse y decir: «Soy y existo». La idea de un «otro» ya resulta ridícula. Nuestros nombres no se esperan en los lomos de los libros, ni en la firma de los artículos o las columnas de los periódicos, ni el cartelito de los presentadores de los telediarios. Poco a poco. Marruecos perdió 2 a 0 contra Francia días después, pero ya habían hecho Historia. No necesitaban ganar y esto es lo que celebraba tanta gente. El triunfo de llegar a pesar de tenerlo todo en contra.