Opinión | A babor

Censura y despotismo

Jason deCaires Taylor es un escultor británico, creador del primer parque de esculturas submarinas en Grenada –una de las 25 Maravillas del Mundo, según National Geografic–, y del primer museo submarino del planeta, el MUSA, ubicado en las aguas entre Cancún e Isla Mujeres, en México, y también del Ocean Atlas, una gigantesca escultura de cinco metros de altura y 60 toneladas de peso, que se encuentra sumergida en aguas de las Bahamas. Hace algunos años, Jason decidió vivir en Lanzarote y propuso al Cabildo de la isla la realización de otro museo submarino, el primero del Atlántico, integrado por 300 figuras de tamaño natural, hundidas en la costa de Playa Blanca, que se ha convertido en una nueva y extraordinaria atracción turística, que genera más de un millón de euros todos los años a las empresas de buceo de la isla.

Pasa hacer sus esculturas, el escultor realizó centenares de fotografías a personas que se ofrecieron como voluntarias, y entre quienes posaron, estuvo al parecer el abogado Miguel Calatayud, implicado en el ‘caso San Ginés’, por el que el anterior presidente del Cabildo se encuentra investigado en los tribunales.

La madrugada del pasado viernes, y sin mediar comunicación al autor de las obras, sumergidas a 15 metros bajo la superficie del mar, un barco grúa extrajo dos de las figuras, que representan a un turista con una cámara. ¿El motivo? Parece ser que la presidenta del Cabildo, la socialista Dolores Corujo, considera que el abogado, investigado en el caso San Ginés, actualmente en fase de instrucción, no es digno de formar parte del Museo. Hasta que se produjo la decisión de la presidenta del Cabildo, nadie sabía que algunas de las estatuas, -irreconocibles bajo el agua, porque han sido completamente colonizadas y cubiertas por fauna marina- reproducían la imagen de Miguel Calatayud. Pero eso no fue impedimento para que el Cabildo decidiera gastarse 6.500 euros en mutilar una obra de arte reconocida internacionalmente y que atrae a miles de turistas y buceadores. La presidenta Corujo, ya había manifestado en ocasiones anteriores una sorprendente animadversión por el trabajo del escultor deCaires: nada más llegar a la Presidencia, sacó el museo submarino del circuito de Centros Turísticos de la isla, porque –según dijo– era deficitario. Más tarde retiró también el conjunto escultórico conocido como La marea creciente, obra de mismo artista, que se alzaba en la bocana de la entrada a Naos, con el argumento de que afeaban el entorno del Museo Internacional de Arte Contemporáneo del Castillo de San José. La instalación, un alegato contra el cambio climático y la explotación del planeta, representaba a los cuatro jinetes del Apocalipsis, era una réplica de la que el propio de Caires presentó con enorme éxito en el Támesis de Londres, frente al Parlamento británico, y su estadía en Lanzarote tenía fecha de caducidad: diez años. A pesar de la protesta de miles de ciudadanos, reflejada en la plataforma Change, Corujo decidió precipitar su retirada alegando que Lanzarote tiene una identidad propia y exclusiva y «no le aporta nada replicar modelos».

La repetición de aquella decisión, con la sorprendente extracción nocturnas de dos de las estatuas del Museo Atlántico, ha provocado en Lanzarote –una isla muy preocupada por su entorno, respetuosa con la cultura y amante del arte contemporáneo– una importante reacción de ciudadanos preocupados por la persistente censura de la obra de DeCaires por parte de la presidenta del Cabildo, y por el autoritarismo que manifiesta Corujo al intervenir propuestas artísticas sin siquiera consultar al creador de las mismas. Un comportamiento despótico y absolutamente contrario al más mínimo respeto a la creación artística. Más propio de un energúmeno vandálico que de un político –una política– de la democracia.

DeCaires ha sido bastante explícito al calificar el comportamiento de la presidenta del Cabildo como una vendetta. La respuesta de Corujo ha sido amenazar a los clubs de buceo y a la Federación Turística de Lanzarote, que protestó por el estropicio, y anunciar que las extracciones de estatuas sumergidas seguirán, porque se sospecha que hay dos más que fueron creadas tirando del abogado amigo de San Ginés como inspiración…

La pregunta que se hace la gente es si esto irá aún más lejos y todo el Museo Atlántico –mutilado porque entre sus 300 estatuas de hormigón había alguna en la que se utilizó como modelo accidental un abogado hoy investigado– acabará en los almacenes del Cabildo, como acabó antes La marea creciente. Que estas cosas estén ocurriendo en la isla de César Manrique, dan mucho que pensar.

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