Opinión | RETIRO LO ESCRITO

Unir todos los puntos

Todos los puntos están unidos por un tejido aterrador y repugnante y cuando más tardemos en descubrirlo más nos rodeará la oscuridad, más agonizará la esperanza, más nos asquearemos a nosotros mismos. Tenemos este ministro que un día fue magistrado y que insiste en que los subsaharianos asesinados en el salto de las vallas en Melilla –un mínimo de 25 personas– en junio de 2022 lo fueron en territorio nacional de Marruecos, y a él que le registren. Por desgracia para el magistrado que llegó a ministro algunas cámaras de televisión lo desmienten, pero su señoría niega las propias imágenes, a quién van ustedes a creer, a mí o a sus propios ojos. Como masacraron a los migrantes a medio centenar de metros de distancia Grande Marlaska está tranquilo. La responsabilidad moral cabe en un metro de platino iridiado a cero grados de temperatura que el ministro lleva entre sus extremidades inferiores. Como dice inmejorablemente Samuel Pulido, «para la responsabilidad política, da igual que hayan muerto en el lado marroquí: murieron en un contexto de frontera compartida y como consecuencia de su gestión conjunta». Funcionan tan estupendamente los exministros que Pedro Sánchez nombró a una ministra de Justicia fiscal general del Estado y ahora mismo a otro exministro del ramo, Juan Carlos Campo, y a una exdirectora general de la Presidencia, Laura Díez, miembros del Tribunal Constitucional, donde por cierto están inscritos dos recursos de inconstitucionalidad sobre decretos-leyes del Gobierno cuando Campo y Díaz formaban parte del mismo.

Contra lo comentado por algún alma bella no creo que de estos asuntos se hable en el tranvía, pero esta putrefacción cancerosa de las instituciones terminará por gangrenar toda la esfera pública y afectará más temprano que tarde a la legitimidad democrática y a la convivencia plural. El sanchismo busca de facto el control del Constitucional (la presidencia para el infinitamente elástico Conde Pumpido escoltado por Campo y Díaz) ya que el PP no cede su feliz mangoneo de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo –lo único que importa– e intenta animar a la facción de magistrados del Consejo General del Poder Judicial para mantenerlo todo paralizado. No conviene olvidar, sin embargo, que antes que el sanchismo fue el marianismo, y el marianismo no era un señor barbudo y grandullón con simpáticos problemas de dislexia y pereza mental, sino un estilo de gobierno que incluía incumplir sistemáticamente el mandato constitucional en la renovación de los órganos del Estado, recortar ferozmente en educación, sanidad, dependencia e investigación y desarrollo y tolerar bajo cuerda la organización de una policía patriótica contra los enemigos de España y del PP que eran, obviamente, los mismos, desde Luis Bárcenas a los independentistas catalanes y viceversa. Ciertamente Pedro Sánchez ha convertido la polarización política –convenientemente reideologizada– en su motor electoral y en excusa para sus alianzas parlamentarias, pero existen antecedentes en las dos últimas legislaturas del PP. Nadie quiere ni puede renunciar a la polarización y al bloquismo: si se le dice en sede parlamentaria a la ministra de Igualdad que lo es por haberse acostado con Pablo Iglesias Irene Montero acusa al PP de fomentar una cultura de la violación, es decir, de naturalizar las agresiones sexuales cuando no de celebrarlas. Simplemente ya no existen límites: se levantan millones ilegalmente a la administración pública y se impiden comisiones de investigación, un concejal borrachuzo destroza un vehículo público y es aplaudido por su alcalde, los servicios hospitalarios están desbordados como una maldición bíblica. Y todos los puntos están unidos por un tejido repugnante y cuanto más tardemos en descubrirlo más nos rodeará la oscuridad, más agonizará la esperanza, más nos asquearemos a nosotros mismos.

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